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LA OTRA MEMORIA

Persecución religiosa 1931-1939

EL SILENCIO DE LOS VERRACOS

EL SILENCIO DE LOS VERRACOS

Silencio culpable, premeditado, ominoso. La conjura de los silencios, la censura por omisión, denunciada hace ya veinte años por la exquisita Mercedes Salisachs en un admirable artículo publicado en República de las letras y reproducido sin rubor por el diario dinástico, que no se dió por aludido. La táctica del mutismo, muchas veces peor y más dañina que el ataque. Callar lo que no interesa, para dejar al personal en ignorancia. Una de las formas de ejercitar la represión de las ideas ajenas y de las verdades históricas sin que se vean ni la inquina ni el lápiz rojo del censor, habitual hoy en los llamados medios «informativos».

El pasado marzo, el Papa beatificó a 223 víctimas de la persecución religiosa padecida en España durante la guerra civil. La beatificación más numerosa de la historia, consecuencia de un exterminio tambien sin precedentes: ni los cristianos del siglo IV sufrieron matanzas de semejante magnitud y tamaña crueldad. Entre los martirizados había sacerdotes, monjas, maestros, empresarios, labriegos, ancianos, gentes de múltiple condición social, unidas entre sí por su fé católica, a la que no renunciaron jamás y por la que entregaron sus vidas.

Eso lo han contado los periódicos. Sin embargo, ni en ellos ni en las radios ni en los telediarios se hizo mención alguna de quienes les sacrificaron, de cuál era la identidad de los asesinos y el bando en que militaban. Mártires de la guerra civil, se ha dicho, sin más. La ignorancia histórica de la juventud actual y aún de otra generación anterior, les habrá dejado ayunos de conocimiento. Porque no he leído ni oído un sólo comentario donde se dijera que les martirizaron los rojos o, como ahora suele decirse, los republicanos y, si prefieren concretar, los comunistas, los anarquistas de la FAI y de la CNT, los milicianos socialistas, aquella serie de facinerosos que sació su odio contra la iglesia incendiando templos (con sus correspondientes tesoros artísticos), destruyendo conventos y masacrando a personas que creían en Dios y así lo manifestaban.

¿Mártires de la guerra civil? Sí, claro. Pero más exactamente de la revolución marxista, contemplada en silencio cómplice y, por tanto, tácitamente consentida por el Gobierno republicano, ése que los seudohistoriadores sectarios o sencillamente ignaros consideran todavía depositario de la «legitimidad democrática». No se quieren enterar de que autores tan dispares como Stanley G. Payne, o Salvador de Madariaga, o Pío Moa hace muchos años que coincidieron en que, al menos, a partir de mayo de 1936, España dejó de ser un Estado de Derecho, las instituciones democráticas perdieron toda vigencia, y el poder y la autoridad quedaron en el arroyo. De donde los tomaron las que, como disculpa estúpida, suelen denominar los escritores del «Frente Popular de la Cultura» (Ricardo de la Cierva dixit) masas «incontroladas». ¿Incontroladas? Más bien armadas primero por el propio Gobierno republicano y toleradas después durante tantos meses que resulta ridículo querer exculpar a ese Gobierno de su absoluta, indiscutible responsabilidad .

Se han dado curiosas reacciones en muchos de los comentarios dichos o publicados en ocasión de la beatificación de los mártires de la revolución roja. Bastantes políticos de la izquierda, algunos mercenarios de la pluma (más bien del ordenador) protestaron con vehemencia porque la decisión del Papa «reavivaba los enfrentamientos de la guerra civil». Estos mismos, semanas antes, aplaudían fervorosamente la peregrina propuesta de que el Parlamento condenase el alzamiento «fascista» del 18 de julio; eso, por lo visto, no reavivaba nada. El Partido Popular no adoptó una postura demasiado decorosa ante tamaña monstruosidad histórica. Notoriamente, al señor Aznar no le gusta mojarse en estos temas, aunque sobre los crímenes de los milicianos marxistas haya dejado, en sus Memorias, críticas durísimas y hasta dicterios indisimulados Azaña, tan apreciado por el señor presidente del gobierno.

Umbral aportó su grano de veneno en un artículo lamentable publicado en su habitual columna de «El Mundo», para acusar al Papa de «mantener abierta la llaga de la guerra civil». Y esto lo dice un escritor que anualmente publica alguna novela sobre esa guerra, claro que contándola a su aire y sin escarmentar por la escasa audiencia que alcanzan sus libelos. Y que cada tres o cuatro días azuza el rencor y reabre la llaga en su columna diaria, cargada de odio y falsedades.

Tampoco ha faltado un jesuíta metiendo baza en la cuestión. Juan García Pérez se llama y no es fácil identificarle por sus apellidos. Este se acogió a las páginas de ABC, ahora tan generosas en la elección de sus colaboradores de la izquierda, para decir que la beatificación «conlleva una cuota inevitable de riesgo». Tras preguntarse por qué murieron y por qué los mataron (sin citar explícitamente a quienes les mataron) el jesuíta hace suya la crítica a la Iglesia española escrita por un representante de la «tercera España» (cuyo nombre no facilita) ya que, al estallar la guerra civil «debió haber abierto los brazos como Jesucristo a derecha e izquierda». Bien que los abrieron millares de miembros de esa Iglesia, para recibir en sus pechos de cristianos los balazos de los asesinos. Para terminar, cita «con el deseo de ahondar en la reconciliación» una frase de Azaña: muy adecuado el personaje, dadas sus ideas sobre la religión católica, su jerarquía, su clero y los mismos jesuítas.

En plena demencia histórica, no puede ya asombrar que haya aparecido un libro, La iglesia de Franco, que disparata sobre la actitud de la Iglesia católica ¡precisamente durante la guerra civil! Porque al período 1936/39 se ciñe tan mezquina obra. Resulta que la represión nacional (pág. 238) fue apoyada por la Iglesia católica. Reconoce que en la zona republicana hubo algunos asesinatos de religiosos; pero sin comparación con la crueldad desplegada «por los otros». En fin; más de trescientas páginas de insensateces y falacias.

Bien sabemos que los verracos (o los bellacos) a cambio del profundo, inescrutable silencio que guardan para libros y autores ajenos a su
ideario, magnifican hasta el paroxismo estas muestras de historia trucada. El asesinato de Lorca, por ejemplo, ha sido contado, escenificado, hecho película, repetido en la televisión y agotado hasta la saciedad en el papel impreso. En cambio cuando se cumplió el aniversario del nacimiento de don Pedro Muñoz Seca, un diario que en tiempos fué órgano de la ortodoxia católica, para degradarse a poco de la trasición y terminar desapareciendo, publicó una nota biográfica; tras citar sus principales obras, terminaba con un lacónico «murió en 1936». Los ayunos en historia (que son la inmensa mayoría de los ciudadanos) pensarían que quizás de tifus.

Así se van contando ahora las cosas del ayer. Esperemos que reaparezca la veracidad.

Fernando Vizcaíno Casas

INCITACIÓN A UN HOLOCAUSTO

INCITACIÓN A UN HOLOCAUSTO

Sectores izquierdistas y, sorprendentemente en algunos casos, miembros de la Iglesia, están insistiendo en que la Iglesia española pida perdón por haber apoyado a los nacionales en la guerra civil de 1936-1939. Estas sugerencias, hechas principalmente por personas de filiación marxista, encontraron eco, nada más y nada menos, en un obispo, que brindó esta magnífica «perla»: «El Episcopado español debería pedir perdón por la colaboración de la Iglesia con el franquismo».

Parece que el obispo desconoce por completo que la persecución que sufrió la Iglesia por parte de los rojos en el período 1936-1939 fue la más terrible de toda la historia de la cristiandad, inmensamente superior a la que truvieron que sufrir los cristianos en la antigua Roma. Así pues, habría que preguntar a esos individuos si después de todas las barbaridades que perpetraron los milicianos, asesinando a obispos, curas, religiosos y seglares, quemando iglesias y conventos, cometiendo sacrilegios, profanando las tumbas y sacando las momias de las monjas del convento de las Salesas de Barcelona para exponerlas al escarnio público, saqueos, torturas y demás, ¿por quién tenía que tomar parte la Iglesia? Y ¿aún debe pedir perdón? Bastante ha hecho y hace guardando piadoso silencio.

Para confirmar esta persecución estrictamente antirreligiosa, no hay más que leer la prensa de la zona que, con benevolencia, calificamos como «republicana». Páginas teñidas de odio a la fe cristiana, de ánimo persecutorio, incitando al lector, mediante mentiras y usando unos términos provocativos, procaces y soeces, a exterminar la institución, a sus ministros y a sus creyentes.

Hemos seleccionado de las hemerotecas algunos textos publicados desde julio de 1936 a julio de 1937.

La Traca (Valencia, 17-7-36). A la siguiente pregunta de encuesta: «¿Qué haría usted con la gente de sotana?, da el siguiente resultado: «Ahorcar a los frailes con las tripas de los curas».

Solidaridad Obrera (26-7-36). «No queda ninguna iglesia ni convento en pie, pero apenas han sido suprimidos de la circulación un dos por ciento de los curas y monjas. La hidra religiosa no ha muerto. Conviene tener esto en cuenta y no perderlo de vista para ulteriores objetivos».

La Vanguardia (2-8-36). Andrés Nin (POUM): «La clase obrera ha resuelto el problema de la Iglesia no dejando en pie ni una siquiera.»

La Vanguardia (8-8-36). Mitin del POUM. «Había muchos problemas en España que los republicanos burgueses no se habían preocupado de resolver. Uno de ellos era el de la Iglesia. Nosotros lo hemos resuelto totalmente yendo a la raíz: hemos suprimido los sacerdotes, las iglesias y el culto.»

Diario de Barcelona (Organo de ERC, 16-8-36). «No se trata de incendiar iglesias y de ejecutar a los eclesiásticos, sino de destruir a la Iglesia como institución social».

La Batalla (POUM, 19-8-36), «No se trata de incendiar iglesias y de ejecutar a los eclesiásticos, sino de destruir a la Iglesia como institución social».

Boletín Informativo de CNT-FAI «Para que la Revolución sea un hecho, hay que derribar los tres pilares de la reacción: la Iglesia, el capitalismo y el ejército. La Iglesia ya se ha llevado su parte. Los templos han sido pasto de las llamas; y de los cuervos eclesiásticos, que no han podido escapar, el pueblo ha dado cuenta de ellos.»

Una vez finalizada la Cruzada de Liberación con la victoria del Ejército nacional a las órdenes de Franco, se comprobó que habían sido sacrificados por las hordas marxistas trece obispos, unos siete mil sacerdotes y religiosos, y decenas de miles de seglares, asesinados por su condición de católicos. El carácter antirreligioso de la persecución es de los más claros en la historia de la Iglesia. Hubo una verdadera caza de sacerdotes, religiosos y seglares apostólicos sólo por serlo.

Terminada la guerra civil, la Iglesia española experimentó un sentimiento vivo de liberación. Libertad de predicación y de culto, que
habían sido interrumpidos en media España a sangre y fuego. Obtuvo la reconstrucción y la restauración de templos y conventos que habían sido quemados y destruidos por los rojos, así como subvenciones para la construcción de nuevos templos. No es de extrañar que la persona de Franco suscitase un sentimiento casi unánime de gratitud, admiración y confianza en el clero, religiosos, seminaristas, militantes apostólicos, y la mayoría de los practicantes.

Eduardo Palomar Baró

El GENOCIDIO RELIGIOSO DE LA SEGUNDA REPÚBLICA

El GENOCIDIO RELIGIOSO DE LA SEGUNDA REPÚBLICA

En 1960 Antonio Montero publicó el libro clásico Persecución religiosa en España (1936-1939), nunca reeditado. Allí, entre las páginas 769 y 883, se daba una lista de 6.622 religiosos asesinados en la zona republicana durante nuestra guerra civil de liberación nacional. Con posterioridad a esta obra, que utilizaba la entonces numerosa bibliografía disponible, han aparecido nuevas investigaciones sobre genocidios religiosos de carácter local o relativos a determinados institutos y órdenes. Actualmente la lista nominal de religiosos asesinados se eleva a 7.800 encabezados por trece obispos, alguno de ellos ya canonizado como el de Teruel. Otros también lo han sido colectivamente por Juan Pablo II que reabrió los procesos de mártires de la guerra de España, detenidos por decisión de Pablo VI durante su patético pontificado. Ultimamente, por maniobras de un cardenal vasco-francés han vuelto a interrumpirse los procesos de beatificación de mártires españoles.

Ahora, el historiador jesuíta Adro Xavier1 dedica un volumen a enumerar y evocar a 118 jesuítas, asesinados por las milicias republicanas. Cada caso va siendo descrito con sus anécdotas trágicas y, a la vez, ejemplares. Hombres que morían por su fe con valor heroico. Y el torvo rencor de sus asesinos, acompañado de odio a la religión.

La cifra de jesuítas mártires es relativamente muy numerosa puesto que la Compañía fue disuelta por la II República, y la mayoría de sus miembros tuvo que exiliarse a Europa y América. La matanza se efectuó, pues, sobre la minoría que, más o menos oculta, permaneció en España. De los 140 que se encontraban en Cataluña y Valencia fueron ejecutados 65, o sea, casi la mitad.

De todos los asesinados, la figura más eminente es la de Zacarías García Villada, autor de una importante Historia eclesiástica de España que quedó inconclusa por la muerte del autor y por la quema de su fichero y archivo por las turbas en mayo de 1931, ante la cómplice inacción de los poderes públicos republicanos. García Villada, que fue académico de la Historia, colaboró en la revista «Acción Española», que alentaba Ramiro de Maeztu, y publicó en 1936 su opúsculo El destino de España en la Historia universal, luego reeditado. García Villada, que vivía en Madrid, fue recogido y ocultado por un sobrino en unión de otro jesuíta, Juan Gómez Hellín. Los tres fueron descubiertos y asesinados el 1 de octubre de 1936, y abandonados sus cadáveres en el km. 3 de la carretera de Vicálvaro.

Las escenas descritas en el libro de Adro Xavier son sencillamiente terribles. Algunos religiosos pudieron salvar sus vidas bajo la protección de representaciones diplomáticas extranjeras. Otros, gracias a rocambolescas aventuras como la que narra el sacerdote Manuel Mindán en sus recientes memorias o evocan los biógrafos de Josemaría Escrivá de Balaguer quien, tras hacerse pasar por demente cuando lo detuvieron por segunda vez, logró pasar a Francia entre los riscos pirenaicos.

Así fue la II República que, ahora, se trata de presentar como un paraíso perdido por culpa de unos cuantos curas y militares. Pero ese presunto paraíso era un gulag que, si hubiera triunfado el Ejército Rojo, habría transformado España en una especie de Albania, y ahora seríamos como los albaneses, es decir, un pueblo en la miseria y en ruinas.


Angel Alcala

TESTIMONIO MARTIRIAL

Con el título de “TESTIMONIO MARTIRIAL” la Hospitalaria Orden de San Juan de Dios publicó en 1980, un documentadísimo volumen de más de 700 páginas, debido a la pluma de Fray Octavio Marcos, que recoge puntualmente la historia de la persecución sufrida por la benemérita Institución entre 1936 y 1939. Una de las partes más estremecedoras es la relacionada con el martirio de los 15 religiosos del Sanatorio Marítimo de Calafell (Tarragona), muy conocido por haber sido llevado al cine la escena de los fusilamientos en la playa. Nosotros, sin embargo, vamos a reproducir unos fragmentos del capítulo dedicado a Paracuellos. Es un testimonio más de la ejemplar entereza y conformidad con la voluntad de Dios con que nuestros prisioneros de las cárceles rojas afrontaban el trance supremo de la muerte.

 “A este campo comenzaron a llegar expediciones el día 7 de noviembre. En las oficinas de la Asociación Oficial de Familiares de los Mártires de Madrid y su Provincia consta haber sido este Campo, desde el mes de septiembre, uno de los lugares donde consumaban los milicianos el fatídico “paseo”, y se fusilaban pequeños grupos de cinco, siete, doce. etc., extraídos de cárceles, checas, etc. Por eso, además de la masa de asesinados que reposan en las fosas, se han encontrado, y hay enterrados numerosos cadáveres esparcidos por todo el campo. Cerca de mil fueron sacrificados el 7 de noviembre en dos expediciones, una por la mañana, y otra por la tarde, en su inmensa mayoría militares. No se habían abierto todavía las fosas y los cuerpos quedaron insepultos hasta el día siguiente en que obligaron, pistola en mano, a abrir fosas a elementos señalados como derechistas en el pueblo. Los cadáveres, en impresionantes actitudes, llenaban gran espacio del campo, y arrastrados con caballerías, en informe confusión, fueron arrojados a aquellas fosas que están hoy día dentro del Campo Santo.

  En días sucesivos, casi ininterrumpidos, continuaron llegando expediciones de cuatrocientos, seiscientos, mil presos. Ya se había montado en las inmediaciones un destacamento fuerte de milicianos, con servicio de vigilancia y apoyo a las patrullas de fusileros que acompañaban las expediciones, con la misión de consumar los fusilamientos. También se habían constituido grupos de trabajadores, gentes de derechas condenados a estos trabajos forzados, con la misión de abrir zanjas y dar tierra a los fusilados. Por tanto, en las sucesivas expediciones las ejecuciones se verifican al borde de las zanjas ya abiertas y en los pinos. Estas son largas -hay una que mide más de ciento cincuenta metros de larga, cuatro de ancha y tres de profundidad-, y numerosas, al menos seis o siete. Alineados los grupos al borde de las mismas, eran ametrallados y caían amontonados con la plegaria en los labios, al grito de: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España!.

  El día 28 llegaron varias expediciones: una, a media mañana, en la que formaban cinco religiosos nuestros de la Comunidad de Ciempozuelos; y otra, la mayor de cuantas han llegado, compuesta de once grandes ómnibus de dos pisos, atestados de presos, a las once de la mañana. En Ésta forman parte diez religiosos nuestros, también de la Comunidad de Ciempozuelos. Testigos presénciales dicen que descendían de los ómnibus con las manos atadas atrás. Iba en esta  expedición el célebre comediógrafo D. Pedro Muñoz Seca, a quien en la portería de San Antón hemos visto formando pareja con nuestro M.R.P.Guillermo. También forman parte varios religiosos Agustinos de El Escorial.

  En esta misma expedición se destacó otro señor, que por sus palabras se deduce que era religioso, que dijo a los verdugos: “Nos matáis porque somos religiosos; os perdonamos de corazón...” En otro grupo de esta misma expedición iban padre e hijo; antes de ser fusilados pidió el padre despedirse de su hijo, y abrazados los dos, en una escena de terrible emoción, cayeron segados por las balas. Y así se repetían las escenas, en tanto el plomo implacable segaba las vidas, mezclados con los gritos victoriosos de “Viva Cristo Rey. Viva España...” El silencio que seguía a aquellos momentos y mientras todavía palpitaban los corazones que arrojaban su sangre por las bocas abiertas por la metralla era de una emoción que sobrecogía. En una rápida revista eran rematados por las pistolas de los jefecillos aquellas vidas todavía latentes; y, mientras los cuerpos yacían abatidos por el plomo de los sin Dios, las almas, en raudo vuelo, se elevaban victoriosas con las palmas del martirio.

  El día 30 se repetían parecidas escenas en nuevas expediciones en las que formaron parte siete religiosos nuestros, procedentes como los anteriores de la cárcel de San Antón. En la misma expedición fue la Comunidad casi íntegra de Padres Agustinos de El Escorial, con el P. Mariano Revilla, Asistente General, al frente de ella; varios Hermanos de las Escuelas Cristianas de Claudio Coello, y otros religiosos más.

  Nuestros Hermanos mártires, en número total de veintidós, yacen confundidos con otros tantos religiosos de diversas Órdenes y Congregaciones, Sacerdotes y buenos cristianos, en las fosas largas que, a modo de surcos, contienen tan preciosa semilla y traen a nuestra mente aquellas palabras de Cristo Señor Nuestro: “Si granum frumenti non moritur, ille solum manet; sed si moritur multum fructum affert” (Jn. 12-24). Sí, grano de semilla. Arrojado al surco, son los cuerpos de los mártires que han muerto por Cristo; y porque han muerto, reportarán para la iglesia de Dios abundante cosecha de frutos; cumpliéndose, también, aquellas elocuentes palabras del apologista cristiano Tertuliano: “Sanguis martyrum, semen christianorum est”, la sangre de los mártires es semilla de cristianos”.

Reproducido por la Hermandad de Ntra. Sra. de los Caídos de Paracuellos de Jarama, en su Hoja Informativa.