INCITACIÓN A UN HOLOCAUSTO
Sectores izquierdistas y, sorprendentemente en algunos casos, miembros de la Iglesia, están insistiendo en que la Iglesia española pida perdón por haber apoyado a los nacionales en la guerra civil de 1936-1939. Estas sugerencias, hechas principalmente por personas de filiación marxista, encontraron eco, nada más y nada menos, en un obispo, que brindó esta magnífica «perla»: «El Episcopado español debería pedir perdón por la colaboración de la Iglesia con el franquismo».
Parece que el obispo desconoce por completo que la persecución que sufrió la Iglesia por parte de los rojos en el período 1936-1939 fue la más terrible de toda la historia de la cristiandad, inmensamente superior a la que truvieron que sufrir los cristianos en la antigua Roma. Así pues, habría que preguntar a esos individuos si después de todas las barbaridades que perpetraron los milicianos, asesinando a obispos, curas, religiosos y seglares, quemando iglesias y conventos, cometiendo sacrilegios, profanando las tumbas y sacando las momias de las monjas del convento de las Salesas de Barcelona para exponerlas al escarnio público, saqueos, torturas y demás, ¿por quién tenía que tomar parte la Iglesia? Y ¿aún debe pedir perdón? Bastante ha hecho y hace guardando piadoso silencio.
Para confirmar esta persecución estrictamente antirreligiosa, no hay más que leer la prensa de la zona que, con benevolencia, calificamos como «republicana». Páginas teñidas de odio a la fe cristiana, de ánimo persecutorio, incitando al lector, mediante mentiras y usando unos términos provocativos, procaces y soeces, a exterminar la institución, a sus ministros y a sus creyentes.
Hemos seleccionado de las hemerotecas algunos textos publicados desde julio de 1936 a julio de 1937.
La Traca (Valencia, 17-7-36). A la siguiente pregunta de encuesta: «¿Qué haría usted con la gente de sotana?, da el siguiente resultado: «Ahorcar a los frailes con las tripas de los curas».
Solidaridad Obrera (26-7-36). «No queda ninguna iglesia ni convento en pie, pero apenas han sido suprimidos de la circulación un dos por ciento de los curas y monjas. La hidra religiosa no ha muerto. Conviene tener esto en cuenta y no perderlo de vista para ulteriores objetivos».
La Vanguardia (2-8-36). Andrés Nin (POUM): «La clase obrera ha resuelto el problema de la Iglesia no dejando en pie ni una siquiera.»
La Vanguardia (8-8-36). Mitin del POUM. «Había muchos problemas en España que los republicanos burgueses no se habían preocupado de resolver. Uno de ellos era el de la Iglesia. Nosotros lo hemos resuelto totalmente yendo a la raíz: hemos suprimido los sacerdotes, las iglesias y el culto.»
Diario de Barcelona (Organo de ERC, 16-8-36). «No se trata de incendiar iglesias y de ejecutar a los eclesiásticos, sino de destruir a la Iglesia como institución social».
La Batalla (POUM, 19-8-36), «No se trata de incendiar iglesias y de ejecutar a los eclesiásticos, sino de destruir a la Iglesia como institución social».
Boletín Informativo de CNT-FAI «Para que la Revolución sea un hecho, hay que derribar los tres pilares de la reacción: la Iglesia, el capitalismo y el ejército. La Iglesia ya se ha llevado su parte. Los templos han sido pasto de las llamas; y de los cuervos eclesiásticos, que no han podido escapar, el pueblo ha dado cuenta de ellos.»
Una vez finalizada la Cruzada de Liberación con la victoria del Ejército nacional a las órdenes de Franco, se comprobó que habían sido sacrificados por las hordas marxistas trece obispos, unos siete mil sacerdotes y religiosos, y decenas de miles de seglares, asesinados por su condición de católicos. El carácter antirreligioso de la persecución es de los más claros en la historia de la Iglesia. Hubo una verdadera caza de sacerdotes, religiosos y seglares apostólicos sólo por serlo.
Terminada la guerra civil, la Iglesia española experimentó un sentimiento vivo de liberación. Libertad de predicación y de culto, que
habían sido interrumpidos en media España a sangre y fuego. Obtuvo la reconstrucción y la restauración de templos y conventos que habían sido quemados y destruidos por los rojos, así como subvenciones para la construcción de nuevos templos. No es de extrañar que la persona de Franco suscitase un sentimiento casi unánime de gratitud, admiración y confianza en el clero, religiosos, seminaristas, militantes apostólicos, y la mayoría de los practicantes.
Eduardo Palomar Baró
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