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LA OTRA MEMORIA

LOS MARXISTAS ESPAÑOLES A LAS ÓRDENES DE LA URSS

LOS MARXISTAS ESPAÑOLES A LAS ÓRDENES DE LA URSS

Resulta sorprendente que un autor, reconocido marxista como es Antonio Elorza, publique un libro muy crítico sobre la Internacional comunista. No hay constancia de que haya abandonado su marxismo, pero podría caer en algo habitual de tantos marxistas como es el utopismo.

Existe una contradicción entre aquellos que hacen apología del marxismo como conocimiento científico y reservan despectivos calificativos de utópicos y anticientíficos a los que discrepan de la teoría marxista. Pero en esos pretendidos científicos, se suele dar la paradoja de estar inmersos en la utopía.

Desde la existencia de la Unión Soviética, incluso desde antes de la revolución bolchevique de 1917, viene repitiéndose que las aberraciones producidas por los sistemas marxistas leninistas al alcanzar el poder son consecuencia de un desviacionismo doctrinal. Ya Kautsky y Plejanov criticaban el sistema impuesto por el bolchevismo triunfante, acusándolo de desviacionismo del marxismo puro. Invectivas poco fundadas, al igual que las de Rosa Luxemburgo, pues gracias a que Lenin utilizaba el marxismo como una guía para la acción, y no como un catecismo dogmático, pudo hacerse realidad el sistema político más totalitario e inhumano de la historia.

Pero después, incluso leninistas puros ejecutados en gran número y otros exiliados no señalaban al sistema como causa de los males. Sería Stalin quien se hubiese desviado del marxismo-leninismo. Trotsky acusaba a Stalin de infiel a las esencias marxistas, como antes Lenin era acusado por Kautsky o Bernstein. Posteriormente, Mao Tse Tung acusaba de traición y desviacionismo a Liu Shao shi, Kruschof lo haría con Stalin, Breznev con Jruschof, etc.

Parece que el ideal marxista no se hace realidad nunca. Dan igual los crímenes de Pol Pot, que las aberraciones de Kim Il Sung. Los sufrimientos sin cuento no son debidos a la maldad intrínseca del sistema, sino a su equivocada aplicación. Los apologistas del rigor científico y de la corrección del pensamiento de Marx, nunca encuentran realizado su Estado ideal. ¿Acaso no debe calificárseles cuando menos de utópicos?

Dicen Elorza y sus colaboradores que la apertura, posteriormente sólo rendija dificultosa en extremo, de los archivos de la hoy extinta Unión Soviética especialmente entre 1992 y 1995, ha supuesto un paso decisivo en la investigación histórica de la Internacional. Discrepo en parte de tal argumentación. El actual conocimiento de la subordinación a la Internacional no ha resultado tan innovador como se supone.

La biografía desmitificadora de Lenin, realizada por el general Dimitri Volkogonov, causó asombro y sensación entre los rusos, pero el asombro no ha sido tal en Occidente. La biografía de Volkogonov, aporta datos complementarios esclarecedores, como puede ser el papel de Inessa Armand en la vida de Ilich, por citar sólo un aspecto. Pero los datos aportados por Fisher, Walter, Betizza, Wilson, Vlam, Villemarest, etc., ya ofrecían una perspectiva muy completa.

Con ocasión de la apertura parcial de los archivos de la antigua Unión Soviética, algunos escritores marxistas, admiten lo que hasta ahora era en gran parte ampliamente conocido. Pero para ellos parece que sólo la evidencia de las fuentes originales confiere verosimilitud a lo que había sido divulgado por historiadores imparciales.

Recoge Elorza (pág. 109) cómo, dentro de la concepción militar imperante en la Comintern, el papel del delegado o del representante consistía en garantizar la actuación del partido local según las instrucciones recibidas. Pero esto ya fue dicho por Krivitsky en 1938. E incluso, anteriormente, por uno de los hombres que mejor conoció el leninismo y stalinismo desde dentro, Boris Suvarin.

Dolores Ibarruri -homenajeada incluso por el Pp en la España de 1999- muestra su inenarrable entusiasmo ante los logros y las manifestaciones exteriores del bolchevismo en Moscú en 1933 (pág. 185).

Un hombre clave en la presión de la Comintern sobre el partido comunista español, Victorio Codovila, fue el transmisor de la orden de sustituir el ataque hacia el «socialismo burgués renegado y cómplice del imperalismo», por la «unión antifascista» concretada en el Frente Popular, siguiendo las consignas de Dimitrov. Noticia exacta, pero no inédita: son numerosas las obras publicadas sobre la subordinación de los partidos comunistas nacionales, entre ellos el español, a las órdenes emanadas en última instancia no del Politburó, sino de Stalin.

La maniobrabilidad bien demostrada de «Ercoli», Togliatti, de acelerar el paso de la revolución democrática burguesa, como premisa para la revolución socialista (pág. 241 y ss.) está correctamente reflejada. Pero, una vez más, es algo sabido. Lo que asombra a los críticos consensuales, bien sean del ABC cultural o de El País, es que Elorza no crea en la inocencia de los intelectuales que viajaron a la URSS en los años 30. La entrevista de Stalin con Alberti (otro personaje ensalzado de nuestra actualidad, no ya en la izquierda, sino en la derecha vergonzante, a la que, sin embargo, se sigue calificando de fascista) y M.ª Teresa León, es bien conocida, por lo grotesco del servilismo. Ante el «padre de los pueblos, el gran timonel», no es descubierta ahora la adulación que le profesa Alberti, por Elorza, sino que ya existía profusa documentación. Lo que asombra a Elorza es haber encontrado en los archivos de Moscú lo que ya había sido revelado por otras fuentes.

La detención, secuestro y asesinato de Andrés Nin, al que Trotsky consideraba desviacionista, y su tortura por la policía staliniana que actuaba con total impunidad en la España «republicana», es conocida de antiguo. Lo que aporta Queridos camaradas, son precisiones sobre puntos oscuros; pero no algo inédito. «El País», en su comentario apologético del libro, lo presenta como una revelación.

El reconocimiento de que José Díaz pasa a ocupar la secretaría general del partido comunista español, pero que el efectivo titular era el argentino Victorio Codovila, es cierto; pero esto ya lo había señalado mucho antes Francisco Félix Montiel en varias de sus obras.

Stepanov, instando al dominio comunista sobre el partido socialista bajo pretexto de unificación, adquiere su verdadero realce en la dirección de la política española (pág. 395) durante la II República.

Resulta de innegable interés que el futuro de España se subordinaba, a partir de 1938, a los proyectos mundiales de la URSS. La última obra de Montiel Un coronel llamado Segismundo ya ofrecía datos abrumadores. La subordinación de Dolores Ibarruri a Stepanov aparece innegable, y la reducción del Frente Popular a mero avalista de la política soviética (pág. 45).

Reconoce que las Brigadas Internacionales se mueven (pág. 462) sobre un doble eje de coordenadas en el que se cruzan las necesidades militares con las conveniencias de la política exterior de la URSS.

Los autores narran hechos indudables; pero la apertura de los archivos, como hemos insistido con Volkogonov, aporta datos complementarios, pero rara vez inéditos.

Dada la permanente variabilidad del carácter staliniano, en parte por su innata desconfianza y, en los años finales de su vida, por su paranoia, la rectificación de la historia era una constante. Pero esto no afectaba sólo a los manuales, donde si ayer Riazanov o Bujarin eran ardientes revolucionarios y compañeros de armas del camarada, hoy pasaban a ser «víboras lúbricas», «Monstruos inhumanos», «perros rabiosos», para los que la pena de muerte era poco castigo.

Además de las consignas dadas en el seno del aparato -secretas y, por tanto, no accesibles-, se transmitían órdenes exclusivamente verbales en numerosos casos. Especialmente si afectaban a la liquidación de enemigos políticos, ayer combatientes ardientes por el socialismo y hoy traidores. Así mismo las consignas de cambios de orientaciones políticas, afectando a grandes maniobras, eran a veces orientaciones verbales transmitidas por Stepanov, o Togliatti, o Güero, según órdenes del propio Stalin.

El libro tiene el interés de confirmar o de aclarar, incluso de ampliar información. Pero solamente para «progresistas» indocumentados puede parecer algo sorprendente y destinado a redefinir un periodo trágico de la historia no sólo de España, sino de la Internacional comunista en su conjunto.


Angel Maestro

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