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LA OTRA MEMORIA

MEMORIA HISTÓRICA

MEMORIA HISTÓRICA

(Minuto Digital)

El catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Barcelona, Ricardo García Cárcel considera que “vivimos un momento de crisis de ligitimidad científica de la Historia. A caballo del relativismo se cuestiona su objetividad y neutralidad, y los propios historiadores dudamos que sea posible acceder a una verdad científica”. El catedrático hizo estas declaraciones en la UIMP de Santander al comentar el auge de la novela histórica, sobre la que recalcó “no importa la verdad sino la verosimilitud”.

Y no hay nada más peligrosos para esta sociedad consumista y superficial que esa verosimilitud, ese símil de la realidad. El ciudadano medio no se molesta en investigar ni en profundizar sobre la verdad de las cosas ni los acontecimientos históricos, le basta un articulo en una revista, un documental en televisión o peor aún, una serie de comentarios repetidos, para tener por verdad lo que no es más que una apariencia o a lo más una versión.

Y esto es lo que básicamente esta ocurriendo con lo que hoy se denomina memoria histórica. Esa memoria recuperada de nuestra guerra civil no es más en muchas ocasiones que sectarismo y propaganda política disfrazada de historia. Su valor científico no es muy superior al de prensa de tiempo de guerra, censurada y manipulada para servir al fin de la victoria del bando que la edita.

Sin embargo su mensaje cala entre la ciudadanía y consigue su propósito de suplantar la verdad por la propaganda. Hace unos días nuestro Zapatero corregía la frase de Jesucristo “la verdad os hará libres”, para nuestro presidente la verdad carece de importancia, lo realmente primordial es esa libertad basada en el relativismo que justifica cualquier cosa, hasta falsificar la historia.


La Otra Memoria

HOMENAJE A LOS CAÍDOS DEL CUARTEL DE LA MONTAÑA (Madrid).

HOMENAJE A LOS CAÍDOS DEL CUARTEL DE LA MONTAÑA (Madrid).

En estos tiempos, se debate sobre la más reciente y cercana Memoria Histórica de España, como la II República, la Guerra Civil y su posterior posguerra, dónde parece que sólo prevalece la memoria de unos, la del bando “republicano”.  Se pretende desde círculos de poder, provenientes del PSOE e IU, a través de distintas asociaciones, tergiversar y narrar la historia según a ellos les convenga, llegando a separar a los dos bandos que se enfrentaron en la guerra civil, en dos grupos: buenos y malos. 

Por eso, por la Memoria, el próximo día 19 de julio de 2006, a las 21:00 horas, junto al Templo de Debod (C/Ferraz) de Madrid; tendrá lugar un sentido homenaje a los Caídos del Cuartel de la Montaña. Militares y falangistas que murieron en combate y, otros que después, habiéndose rendido, fueron asesinados sin piedad por milicianos del Frente Popular.  

Desde estas líneas queremos invitarte, sin complejos, a que acudas; primero, por los Caídos en el Cuartel de la Montaña y, segundo, por la Memoria. 

Convocan: 

       - Hermandad Nacional de la Vieja Guardia.

       - La Falange.   



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IV JORNADAS DEL 907 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL CID CAMPEADOR

IV JORNADAS DEL 907 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL CID CAMPEADOR

La Delegación de DEMOCRACIA NACIONAL - Burgos organiza las IV Jornadas de Homenaje a la figura del Cid Campeador coincidiendo con el 907 Aniversario de la Muerte del Cid Campeador, así como el aniversario de la primera edición escrita de cantar de Mío Cid, de sus gestas y aventuras. A dichos actos convoca e invita a todos los burgaleses, castellanos y españoles a participar para no olvidar a aquellos que forjaron España batalla tras batalla.

Los actos que se van a realizar son los siguientes:

- 11 horas: ofrenda floral y homenaje al Cid en la Plaza del Mío Cid
(Burgos) junto a la estatua ecuestre.
- 13 horas: ofrenda floral, homenaje y discursos en Vivar del Cid (Burgos)
junto al monumento.
- 14 h.30m: comida de hermandad de los asistentes.
- 17 h: Conferencia / Mesa Redonda y Debate: "España y el Islam hoy: lo que  nos espera" ¿Una España musulmana en el siglo XXI?: una esclavitud que puede repetirse.



La Otra Memoria

CAUSAS DE LA GUERRA DE ESPAÑA

CAUSAS DE LA GUERRA DE ESPAÑA

Pío Moa


I. LA CUESTION

La guerra civil sigue dando pie a polémicas en casi todos sus detalles y aspectos, desde las cifras de la represión al talento militar de Franco o la intervención extranjera. Pero en el fondo de esas discusiones se encuentra una cuestión esencial, que, en la medida en que sea resuelta, da sentido a las demás o las vuelve irrelevantes: la cuestión de cuáles fueron las causas de la guerra. Esto lo expresa el nacionalista catalán Joan Sales: «Por pueril que pueda parecer la pregunta ¿quién empezó? es moralmente decisiva.» El daba por supuesto que habían empezado los militares sublevados en julio de 1936, pero la cuestión tiene mayor complejidad.

Trataré el asunto sólo desde la historiografía, dejando al criterio de cada uno la valoración moral. Desde este punto de vista, las diferentes preguntas sobre el origen de la guerra pueden reducirse a una: ¿llegó la guerra civil como consecuencia de una presión «fascista» a la cual se vio obligada la izquierda a resistir, o, por el contrario, se trató de una presión revolucionaria que la derecha hubo de repeler? Esta podría ser la traducción de la pregunta de Joan Sales en términos historiográficos. A esas presiones las llamaré «peligros» o «amenazas», no en un sentido peyorativo o descalificador, sino en el sentido de que hacían peligrar a un régimen que se presentaba como democrático, y de que eran percibidos como amenazas por sus contrarios. Naturalmente, para un revolucionario sus ideas y actos no constituían una amenaza, sino una promesa de redención, y lo mismo los suyos para los contrarrevolucionarios.


II. LA INTERPRETACION FRENTEPOPULISTA


La primera versión, es decir, que se trató de un peligro fascista, es hoy día la más divulgada, y puede resumirse así: la República llegó pacíficamente y, de manera generosa, prescindió del «cortejo sangriento de la represalia y la venganza», como decía Prieto, instaurando una democracia parlamentaria progresista, pero moderada. Sin embargo, la vieja oligarquía reaccionaria vio en aquellos proyectos de modernización del país un riesgo inminente para sus privilegios, y comenzó desde el primer momento a conspirar contra el régimen, abusando de su generosidad democrática.

Que así fue lo demostraría una serie de hechos. Los monárquicos organizaron enseguida conjuras en el ejército, los carlistas volvieron a armarse y a preparar milicias, y la Iglesia inspiró un partido fascista o fascistoide, Acción Popular, luego la CEDA, para acosar a la república utilizando torcidamente su legalidad y defendiendo los intereses oligárquicos. La importancia y el peligro de esa reacción quedaría de relieve en el golpe del general Sanjurjo, en agosto de 1932, apenas un año y medio después de instaurado el nuevo régimen.

Vencido Sanjurjo y fracasada por el momento la vía violenta, los enemigos de la república habrían intensificado la demagogia, sobre todo por medio de la CEDA, la cual, explotando los sentimientos religiosos populares, atraía a masas considerables, a fin de ocupar legalmente el poder, y desde él abolir el Parlamento y la democracia. De paso entró en liza un partido más abierta y violentamente fascista, la Falange. La CEDA tuvo bastante éxito al principio, y consiguió una lucida votación en las elecciones de 1933, elecciones perdidas por las izquierdas a causa de haber acudido desunidas a las urnas. El peligro «fascista» se hizo inminente cuando en octubre de 1934, la CEDA entró en el gobierno, con tres ministros. Ante esta situación, los socialistas y la Esquerra catalana, secundados moralmente por las izquierdas republicanas, tuvieron que reaccionar con una insurrección precipitada, muy posiblemente provocada por la propia derecha, y abocada a la derrota. La «reacción» sacó partido del desastre para desatar una feroz e inhumana represión, en particular contra los mineros de Asturias.

Siguiendo con este esquema, al fracasar políticamente el «bienio negro», dominado por la reacción, las izquierdas volvieron a presentarse a las urnas, pero esta vez unidas en el Frente Popular, y cosecharon un gran triunfo. Su programa seguía siendo progresista, aunque básicamente moderado, pero los partidos de la oligarquía decidieron recurrir ya, de manera general, a la subversión violenta. La mayoría de los historiadores reconoce excesos de las izquierdas en los meses siguientes, excesos lógicos, dada la brutal represión que habían sufrido en el «bienio negro», pero en conjunto consideran la situación soportable y que lo que más enturbiaba el ambiente eran las provocaciones y violencias principalmente a cargo de la Falange. Así, provocando deliberadamente la inseguridad y la subversión, y conspirando sin descanso en el Ejército, se llegó a la rebelión militar de julio, que dio comienzo a la guerra civil.

¿Por qué reaccionó desde un principio la oligarquía de manera violenta o al menos subversiva, en lugar de defenderse con moderación, como en otros países? Una razón estaría en el carácter de la oligarquía española, egoísta, falta de ilustración y acostumbrada a usar una represión brutal.

En todos los países existe una literatura sobre la bajeza de las clases altas, la innobleza de las aristocracias y la miseria de los ricos. Aunque estas críticas tienen, seguramente, un amplio fondo de verdad, probablemente también exageran un poco, como advirtió Madariaga. Después de todo, España había progresado de forma lenta, pero constante, desde hacía sesenta años, y eso se debía en cierta medida a la iniciativa de los capitalistas. En todo caso, ha prevalecido la anterior imagen de ellos.

Habría otra razón para que la oligarquía financiera y terrateniente, como se la ha solido llamar, recurriera al fascismo o algo parecido en defensa de sus intereses, y es que los regímenes autoritarios se extendían rápidamente por Europa, desde Finlandia a Italia, hasta que en 1933, con su triunfo en Alemania, daba la impresión de que el futuro era suyo. Nada más natural y europeísta, que la alta burguesía española viese la mejor defensa de sus intereses en un régimen de fuerza, libre de las para ella inútiles y peligrosas formalidades democráticas. Ello explicaría tanto la subversión derechista bajo la república como la guerra y el régimen venido después.

Este viene a ser en esquema la teoría que, con unos u otros matices y complicaciones, han defendido Tuñón de Lara, Preston, Jackson y otros, y es hoy día aceptada en amplios círculos de la izquierda e incluso de la derecha. Tiene un aspecto convincente por dos razones: en primer lugar, porque se apoya en algunos hechos reales. Pero lo que la hace más convincente no es tanto esos hechos como la teoría general que los envuelve. Según esa teoría, el fondo de la historia fue un conflicto de intereses muy comprensible: los republicanos y las izquierdas en general aspiraban a modernizar el país defendiendo a los trabajadores y a los desfavorecidos por medio de reformas que perjudicaban a los poderosos y a los privilegiados. Y éstos reaccionaron con brutalidad. Así todo encajaría.


III. ANALISIS


El esquema, analizado de más cerca, muestra fallas sobre las que vale la pena hacer algunas observaciones, centrándonos primero en los hechos, y luego en la teoría.

A) Una primera observación ha de dirigirse a la llegada pacífica de la República. Sin duda llegó ésta en paz en abril de 1931…; pero sólo después de haber intentado imponerse por la violencia cuatro meses antes, mediante el pronunciamiento militar de Jaca. Fracasado el golpe en diciembre de 1930, el nuevo régimen triunfó por medio de unas elecciones. Por lo tanto no fueron los republicanos, sino sus adversarios los que actuaron de modo pacífico y permitieron la llegada tranquila de la república. Todavía hay más: aquellas elecciones tuvieron carácter municipal, no parlamentario, y fueron perdidas por los republicanos. Sin embargo, los monárquicos se apresuraron a entregar el poder a sus enemigos. No importan aquí las causas del hecho, sino señalar el hecho indudable, reconocido por todos los historiadores y testimonios, empezando por Miguel Maura, principal promotor entonces de la abolición monárquica. Sorprendentemente, la oligarquía habría abierto el paso a la república.

¿Cómo puede, en estas condiciones, sostenerse la tesis de la generosidad republicana por no haber preparado el «cortejo sangriento de la venganza y la represalia»? Parece poco razonable que fueran a tomar represalias contra quienes les habían entregado el poder, se lo habían regalado, como dice Maura. La generosidad, si tal es la palabra adecuada, estuvo en este caso del lado monárquico, y por el contrario, los actos siguientes de los republicanos tienen mucho de persecución y venganza, por fortuna no sangrientas de momento. Así al declarar al monarca fuera de la ley y confiscar sus bienes, o al procesar a políticos por colaboración con la dictadura de Primo, con la cual habían colaborado también varios de los ahora republicanos, empezando por Largo Caballero y el PSOE.

Enseguida ocurrió, además, otro suceso al que no cabe atribuir generosidad ni ánimo pacífico: la gran quema de iglesias, bibliotecas, escuelas, centros de formación profesional y obras de arte a poco más de tres semanas de proclamarse la República, y antes de que los conservadores hubieran mostrado la menor hostilidad al régimen. Es difícil ver en aquellos incendios otra cosa que una explosión de fanatismo antireligioso, pero también antidemocrático y anticultural, cosas que suelen olvidarse. La actitud de los gobernantes ante los sucesos, permisiva primero y de castigo a las víctimas después, tampoco hay modo de entenderla como democrática, ni de respeto a la legalidad o a los derechos ciudadanos. Si a algo recuerda el acontecimiento es a la noche de los cristales rotos, protagonizada por los nazis.

B) Como segunda observación al esquema, debe señalarse que si bien los monárquicos empezaron entonces a conspirar en el ejército, y los carlistas a formar milicias en Navarra, la respuesta muy mayoritaria de los conservadores no fue violenta, sino al contrario, pacífica y legalista, e iba a encontrar su cauce en la CEDA. Hay que subrayar, en confirmación de lo anterior, que la rebelión de Sanjurjo quedó casi completamente aislada en la derecha, la cual no la secundó en ningún momento, aunque algunos sectores simpatizaran con ella. Por esa razón fracasó enseguida, dejando 10 muertos, casi todos de los sublevados. Y también por esa razón Azaña se felicitó abiertamente en las Cortes por dicha rebelión, ya que ella había dado ocasión a desbaratar a los enemigos de la república, y a fortalecer al régimen. Así pues, no cabe argüir que Sanjurjo representase a la «reacción», sino sólo a una mínima parte de ella. Sin olvidar, por lo demás, que Sanjurjo había tenido un papel decisivo en el pacífico advenimiento del régimen, al negar el empleo de la guardia civil contra las manifestaciones en la calle después de las elecciones.

En cuanto a la CEDA, ciertamente no era republicana ni demócrata, pero sin serlo, aceptaba la legalidad, y poseía una cualidad que hubiera permitido la convivencia ciudadana y el funcionamiento del sistema. Esa cualidad era la moderación. Sus adversarios acusaban y acusan a Gil-Robles de actuar con hipocresía y aspirar a destruir el régimen desde las urnas. La experiencia indica algo muy diferente. Así, por ejemplo, la CEDA no formó milicias, ni predicó la violencia, ni respondió de la misma manera a los atentados que sí sufrió de las izquierdas. Por otra parte, cuando la izquierda se sublevó, en octubre de 1934, la CEDAtuvo la mejor oportunidad posible para replicar con un contragolpe, desde el poder y con las mejores garantías de éxito, contragolpe justificado, además, porque los otros ha-bían recurrido primero a las armas. Pero no hizo nada de eso. Al contrario, defendió y mantuvo la legalidad republicana, que tan poco le gustaba, invocó la defensa de las libertades y ni siquiera pidió ilegalizar a los partidos rebeldes. Comportamiento demostrativo y decisivo, a juicio de Madariaga, juicio que comparto y creo que compartirá cualquier persona sin prejuicios. Quedó en claro la falsedad de las acusaciones de fascismo hechas a Gil-Robles, falsedad bien sabida de los acusadores, según creo haber demostrado en un libro reciente1. Los monárquicos pensaron en aprovechar la ocasión para derribar el régimen, y según Ansaldo se lo propusieron a Franco, el cual no aceptó.

A estas alturas puede relegarse a la categoría de mitos propagandísticos el de la sanguinaria y brutal represión en Asturias después de la revolución del 34. Que se produjeron entonces algunos excesos es seguro, y que ellos fueron inferiores a los cometidos por los revolucionarios, también. En un libro que preparo examino con algún detenimiento este asunto, y aquí me limitaré a recordar que al volver las izquierdas al poder en 1936 no aparecieron por ninguna parte las reclamaciones por daños que tendrían que haberse producido si hubieran tenido lugar los tan pregonados asesinatos, saqueos y torturas masivos. Es más, las izquierdas se negaron tenazmente a investigar las supuestas atrocidades de Asturias, a pesar de que Gil-Robles insistiese en ello. Se formó una comisión, integrada por Dolores Ibárruri, Matilde de la Torre y otros dos políticos menos conocidos; pero de ella nunca más se supo, e Ibárruri la olvida discretamente en sus memorias. Sin embargo, la campaña sobre la represión en Asturias tuvo una importancia política fundamental, pues creó un clima de odio y revancha antes inexistente, y se convirtió en el eje de la alianza de partidos conocida por Frente Popular.

Lo indicado permite establecer que los conservadores, en
su mayoría, no obstaculizaron, sino que facilitaron la instauración republicana y que mantuvieron una actitud moderada y legalista, a pesar de agresiones como la quema de iglesias y bibliotecas, y otras muy graves. No se percibe en esos primeros años ningún peligro fascista o golpista real, pues la Falange y los monárquicos constituían grupos minoritarios. Baste decir que en las elecciones de 1933, la derecha moderada obtuvo más de 190 escaños en las Cortes, 115 de ellos la CEDA, mientras que los monárquicos de ambas ramas no pasaron de 36, incluyendo el del falangista José Antonio.

Así pues, el levantamiento militar de julio del 36 no puede verse como la culminación de una larga y sorda subversión antirrepublicana empezada con el mismo nacimiento del régimen, sino como una rebelión in extremis ante una situación juzgada insostenible. Que fue esto último lo indican dos cosas: primera, que , al revés que en octubre de l934, cuando un golpe así tenía casi la garantía de imponerse, en 1936 la mayoría de los factores estaba en contra: el poder en manos de la izquierda y el ejército más dividido que nunca; fue, por tanto, un movimiento, si no a la desesperada, sí con probabilidades de fracasar. Segunda, que, por primera vez, la conspiración implicó de manera directa o indirecta a los principales partidos de la derecha, incluida la CEDA; a diferencia del golpe de Sanjurjo, la sublevación militar fue asumida rápidamente como propia por buena parte de la población. Por consiguiente, hay que buscar las causas de esta sublevación, no en la República misma, como sostiene el esquema que estamos analizando, sino en los sucesos posteriores al triunfo del Frente Popular, en febrero del 36.

¿Justificaban tales sucesos una rebelión armada? Para los rebeldes sí, pero debemos buscar un criterio menos partidista. En su momento, algunos de los sublevados argumentaron que los comunistas tenían preparado un golpe para fechas próximas y que, por lo tanto, los militares no habían hecho otra cosa que adelantárseles. Copias de los planes comunistas circularon por entonces ampliamente. Hoy sabemos que se trata de una falsificación. Pero el punto principal no está en aquellos planes ficticios, sino en la situación de conjunto y en los proyectos generales de las izquierdas, que examinaremos.

Hay pocas dudas de que la situación era caótica, como reconocen el socialista Prieto, el republicano Martínez Barrio y otros. Los datos disponibles, expuestos en las Cortes por Gil-Robles y Calvo-Sotelo, sin que nadie los contradijese, contabilizaban una serie interminable y creciente de asesinatos, incendios de iglesias, asaltos a locales políticos y periódicos, y a domicilios particulares, huelgas violentas, etc. Y los disturbios y atentados no daban señales de remitir, sino que iban en aumento, hasta culminar en el asesinato del jefe de la oposición, Calvo Sotelo, por fuerza pública y elementos socialistas.

Con respecto a estas convulsiones, que evidentemente nadie niega, cabe una interpretación también muy circulada: la de que eran los propios conservadores quienes, por lo bajo, fomentaban los desórdenes con el fin de crear la situación propicia para el golpe. Prueba de ello serían los atentados realizados por la Falange. Esta tesis, sin embargo, es difícil de sostener. Diversos autores dan a entender que la Falange inició los asesinatos, pero sabemos que no fue así. Al ganar las elecciones el Frente Popular, Primo de Rivera ordenó a los suyos mantenerse en actitud calmada y discreta. Pero, al igual que había ocurrido en 1934, varios falangistas fueron asesinados, y de ahí vinieron los contraataques. Por otra parte, la inmensa mayoría de los incendios y asaltos a periódicos y locales políticos tenía como objetivo los de signo conservador.

Fueron Gil-Robles y Calvo-Sotelo quienes insistentemente propusieron en las Cortes que el gobierno reprimiese la oleada de crímenes. ¿Cómo iban a pedir eso si fueran ellos quienes la promovían? Y un dato probatorio de que las izquierdas conocían el origen de los desmanes, aunque pretendiesen a veces lo contrario, es la respuesta del Frente Popular a dichas peticiones: rechazarlas, con amenazas públicas a sus promotores, incluidas amenazas de muerte. Si los desmanes proviniesen de la derecha, indudablemente el gobierno los habría reprimido, y así lo hacía con la Falange, a la que persiguió con dureza que incluso vulneraba la legalidad. No perseguía, en cambio, a los grupos revolucionarios, evidentes autores de la gran mayoría de los atentados.

Ya el 1 de mayo, Prieto había clamado, en su célebre discurso de Cuenca, por lo demás extremadamente demagógico: «¡Basta ya! Basta, basta. La convulsión de una revolución, con un resultado u otro, la puede soportar un país; lo que no puede soportar un país es la sangría constante del desorden público sin finalidad revolucionaria inmediata; lo que no soporta un país es el desgaste de su poder público y de su propia vitalidad económica, manteniendo el desasosiego, la zozobra y la intranquilidad. Podrán decir espíritus simples que este desasosiego, esta zozobra, esta intranquilidad la padecen sólo las clases dominantes. Eso, a mi juicio, constituye un error». Estas palabras encierran un reconocimiento cabal de lo insostenible de aquella situación, y de su origen izquierdista. La exhortación de Prieto no fue atendida por los suyos.

Parece, pues, claro que la derecha no realizó o provocó el desorden caótico de aquellos meses con el fin de justificar el golpe de Estado, sino que, por el contrario, hizo reiterados intentos de que el propio gobierno izquierdista le pusiera coto. Y que fue el fracaso de esos intentos el que terminó por convencer a muchas personas, incluso a la mayoría de los más pacíficos y legalistas dirigentes de la CEDA, de que, antes de ser completamente aplastados era preferible sublevarse, aunque fuera en condiciones muy azarosas. A partir de ahí, por el apasionamiento de la lucha, la crisis mundial que por entonces sufría el liberalismo, y el influjo de los totalitarismos y autoritarismos europeos, la revuelta conservadora cobró algunos rasgos más o menos fascistas, sin serlo nunca realmente al estilo alemán o italiano. Pero eso ocurrió muy a última hora, y como reacción contra los avances revolucionarios, que ya nadie esperaba poder frenar mediante la democracia liberal.


IV. LA INTERPRETACION REVOLUCIONARIA


Y con esto encontramos la segunda teoría sobre las causas de la guerra: si no existió en aquellos años un peligro fascista, ¿existió, al menos en 1936, un peligro revolucionario? E. Malefakis ha escrito: «No había en la España de 1936 revolución social alguna ni inminente ni inevitable. Prevalecía, sin duda, un espíritu revolucionario, pero de haber querido imponerse por su propia fuerza, habría sido aplastado por el Gobierno republicano de clase media exactamente igual que había acabado con las revueltas obreras de 1933 y 1934. Era mucho más probable que Azaña reaccionara como un Ebert que como un Kerenski. Por una suprema ironía histórica, fue la misma insurrección militar lo que posibilitó la revolución social». Esta versión se ha extendido en los últimos años, pero creo que tiene poca consistencia y su especulación sobre la posible actitud de Azaña presta insuficiente atención a los hechos.


V. ANALISIS


En primer lugar, si, como señala Malefakis, prevalecía un espíritu revolucionario, la revolución estaba entonces en el orden del día, aunque es verdad que eso no la hacía inevitable. En segundo lugar, lo que la desató directamente no fue la rebelión militar, sino el reparto de armas a los sindicatos, realizada por Giral, hombre de confianza de Azaña y de acuerdo con éste. El reparto no era necesario, puesto que, como se vería enseguida, la mayor parte de los medios militares, de la aviación, la marina, casi la mitad de las tropas de tierra, casi toda la industria, las principales ciudades y comunicaciones y la práctica totalidad de recursos financieros quedaron en manos del gobierno. Para colmo, las tropas de Africa, única ventaja real de los sublevados, se hallaban aisladas en Marruecos, por lo que a la apabullante superioridad material del gobierno se unía una superioridad no menor de posición estratégica. En estas circunstancias, el reparto de armas constituyó precisamente una reacción a lo Kerenski, el político que abrió el paso a la revolución bolchevique, y no a lo Ebert, el socialdemócrata alemán que aplastó sin piedad las revueltas comunistas después de la primera guerra mundial.

La actitud kerenskiana de Azaña y su gobierno venía ya por lo menos desde febrero, cuando ganaron las elecciones e inmediatamente se vieron desbordados por sus aliados revolucionarios. Estos impusieron, desde la calle, la suelta de presos y la invasión de fincas, y el gobierno no hizo más que legalizar, a rastras, esas medidas. Y cuando los disturbios y crímenes políticos subieron de tono, Azaña, y luego Casares Quiroga, se negaron a reprimirlos, como les pedía la derecha. Al contrario, los justificaban de diversos modos y contemporizaban con ellos. Ningún Ebert hubiera actuado así, quizá ni siquiera un Kerenski. Hay, además, otro dato en contra de la tesis de Malefakis, y es la extraordinaria rapidez y facilidad con que, una vez repartidas las armas, se vinieron abajo los restos de la legalidad republicana. Este hecho demuestra hasta qué punto estaba avanzado el proceso revolucionario ya antes de julio.

En el Frente Popular, antes de la guerra, existían tres estrategias revolucionarias: la de los anarquistas, consistente en debilitar el sistema burgués de manera persistente y sin tregua, para aprovechar un momento favorable y destruirlo, como explica el dirigente ácrata García Oliver; el de los socialistas de Largo Caballero, que, como aclara el socialista Vidarte, actuaban de manera similar a los anarquistas, pero con el propósito de forzar una crisis que hiciera dimitir a los republicanos y les llevara a ellos al poder sin el riesgo de una insurrección como la del 34; y la de los comunistas, la más elaborada, expuesta abundantemente por su líder José Díaz. Esta consistía en presionar al gobierno republicano, desde la calle y desde las Cortes, para que destruyese, so pretexto de fascismo, a la CEDA y a toda la derecha, y depurase a fondo el ejército. Logrado eso, sería luego fácil dar cuenta del propio poder republicano. En la guerra estas tres estrategias se sucedieron una a la otra. El primer movimiento revolucionario, desde julio, tuvo un carácter marcadamente anarquista o anarquizante; a continuación dimitió el gobierno republicano, dando paso a Largo Caballero; y finalmente, los comunistas lograron la hegemonía, hasta el fin de la guerra.

Todo indica que el elemento conservador del país se rebeló en 1936 contra una amenaza revolucionaria real y muy avanzada, y que su postura no puede equipararse a la de la izquierda en 1934, sublevada contra un peligro fascista que no existía y que ella sabía que no existía.

La República, por estas razones, se hundió en julio, y no debe despistar el hecho de que, por motivos propagandísticos y de apoyo internacional, el Frente Popular siguiera presentándose como continuador del régimen fenecido. Santos Juliá da esta interpretación: «No es que la República fuera liquidada, sino que el Gobierno carecía de los recursos necesarios para imponer su poder (...). Sólo lentamente, y tras levantar de la nada un ejército en toda regla, pudo el Estado republicano recomponerse». El aserto se apoya en ficciones. El ejército del Frente Popular fue abiertamente político, y sin nada o casi nada en común con el diseñado por Azaña al comenzar la República. Y suena verdaderamente extraño pretender que el Régimen hundido en julio fuera recompuesto en septiembre o en noviembre gracias a los esfuerzos de anarquistas -inconciliables con la República, a la que asestaron durísimos golpes desde su implantación-, de los socialistas -que hicieron otro tanto, y con mayor gravedad, desde 1934-, o de los comunistas, peones del totalitarismo staliniano, como ha quedado probado desde la derecha y desde la izquierda; sin olvidar a la Esquerra catalana, coautora del golpe revolucioinario de 1934 o al propio Azaña, que en 1933 intentó oponerse al veredicto de las urnas con un golpe de Estado. Esto desafía a la lógica y a la inteligencia. Juliá tiene derecho a presentar a esas fuerzas como ardientes paladines de la democracia y de la república, pero tiene menos derecho a esperar que se le tome en serio. No, la república acabó de morir en julio de 1936, en los dos bandos, y ya no resucitó.

Veamos ahora otro punto: la presión revolucionaria ¿se condensó de súbito en 1936, o venía de antes? En realidad, ya en octubre de 1934 había estallado un movimiento revolucionario con el objetivo explícito de organizar una guerra civil, destruir la República e imponer la dictadura del proletariado. Esa intentona fue la mejor armada y organizada, y la más sangrienta ocurrida en Europa desde la revolución rusa, y alimentó un comprensible nerviosismo en las fuerzas conservadoras, tanto más cuanto que después de ser derrotada, la agitación revolucionaria no cesó, y las organizaciones subversivas se desarrollaron todavía más que antes. Por ello puede afirmarse que en octubre de 1934 empezó, literalmente, la guerra civil, por iniciativa de los nacionalistas catalanes de izquierda y el PSOE. Queda así contestada la pregunta de Joan Sales con que iniciamos este estudio.

Otro fenómeno clave fue que entre octubre del 34 y febrero del 36 el ambiente popular cambió, en gran medida, a causa de la campaña sobre la represión de Asturias, alimentada con enormes exageraciones y abiertas falsedades. En 1934, la gente había hecho fracasar la insurrección al desoír los llamamientos socialistas y de la Esquerra, porque no había un clima de enfrentamiento lo bastante generalizado. En 1936 el odio se había extendido mucho.

La insurrección de 1934 culminaba, a su vez, un proceso revolucionario comenzado con los grandes incendios de mayo de 1931 y los atentados anarquistas contra obreros desafectos, atentados consentidos por los nacionalistas catalanes. Casi desde el primer momento se produjo en la República una subversión sistemática por parte de los anarquistas, con varias insurrecciones sangrientas. En el primer bienio, Azaña, respaldado por el PSOE, respondió a esa subversión no al estilo de Kerenski, sino de Ebert, es decir, mediante una represión muy dura. No obstante, la matanza de anarquistas y campesinos por la fuerza públicas en Casas Viejas sumió al gobierno en una crisis que llevaría a perder el poder meses más tarde. Por lo tanto, no fueron las derechas las que acosaron y debilitaron a Azaña en el primer bienio, sino los anarquistas.

La subversión empeoró, hasta hacerse demoledora, desde mediados de 1933, cuando los líderes del PSOE, a excepción de Besteiro, optaron por la revolución. Entonces Azaña ya nunca más fue un Ebert, sino un perfecto Kerenski, por seguir con el tópico que atribuye a éste, no sé si con plena justicia, haber favorecido la revolución bolchevique. En noviembre de 1933, al ganar el centro derecha las elecciones, por gran mayoría, Azaña mismo tomó una postura subversiva al proponer un golpe de Estado que impidiera cumplir la decisión ciudadana. Volvió a intentar un golpe en el verano del 34, y su partido adoptó ante la insurrección de octubre una actitud más que equívoca, favorable a los sublevados. Derrotada la insurrección, los republicanos de izquierda, con el fin de recuperar el poder, trataron de resucitar su alianza con un PSOE que ya no era el del primer bienio, participaron en la campaña sobre la represión de Asturias y justificaron la pasada rebelión contra la legalidad republicana. Elaboraron, finalmente, el programa de Frente Popular, que a menudo es presentado como moderado, pero que no lo fue, ya que proponía la revancha de los golpistas de la revolución de octubre, con amnistía para ellos y procesamiento de quienes habían defendido la legalidad, y una llamada «republicanización de las instituciones», destinada a romper la independencia de los poderes del Estado e impedir así, definitivamente, la vuelta de la derecha al poder. El resultado, de haberse cumplido el programa, habría sido un régimen al estilo del PRI mejicano, con la oposición limitada a un papel testimonial y justificador de una democracia ilusoria.

En los últimos años ha sido tan ensalzado Azaña como supuesto liberal y demócrata, que estas cosas sorprenderán a muchos. Pero la posición de Azaña, extensible a Companys y a las izquierdas republicanas en general, se inscribe en la tradición del liberalismo jacobino, muy distinto del liberalismo moderado o conservador. El siglo XIX fue, una vez descartados los carlistas al perder la guerra, el siglo de la querella entre los liberales moderados y los jacobinos (exaltados, luego llamados progresistas y derivados en republicanos). Los períodos de mayor influencia jacobina, como el trienio liberal, la época de Mendizábal y la de Espartero, el sexenio posterior a la expulsión de Isabel II, y algún otro, resultaron convulsos, violentos y muy poco productivos. La experiencia culminó en la I República, que estuvo a punto de acabar con la existencia de España como nación. Los períodos de liberalismo conservador, como el de Narváez y, sobre todo, la Restauración, fueron mucho más estables, y permitieron un progreso mucho mayor en todos los órdenes. Al margen de las buenas intenciones que invocara la tradición jacobina, en España ha fomentado la división y la violencia, y sistematizado la intervención del ejército en la política. Uno de sus legados característicos fue, contra lo que algunos creen, el pronunciamiento militar. Bajo la Restauración, los jacobinos intentaron nuevos pronunciamientos y no vacilaron en aliarse con el terrorismo ácrata y con el marxismo socialista, para derrocar aquel régimen liberal. Por las razones que sean, el jacobinismo español ha sido un movimiento de planfleto, proclama y pólvora, que no ha producido una sola obra de pensamiento político de alguna envergadura.

La II República, iniciada con un pronunciamiento fallido, adoptó muy pronto, en rigor desde los incendios de iglesias y bienes culturales, un tono jacobino, bien representado en Azaña, cuyas ideas y las de las izquierdas republicanas no pueden considerarse democráticas en el sentido corriente. Ellos consideraban la República un régimen de su propiedad, no una democracia normal, con alternancia en el poder. Como decía Azaña en frase expresiva, la República era para todos los españoles, pero sólo debía ser gobernada por los republicanos. No aceptó la victoria electoral de sus adversarios en 1933, lo que hizo de los partidos jacobinos un factor revolucionario más, pese a que, contradictoriamente, se proclamaban parlamentarios y burgueses. Sin tener esto en cuenta no se podrá entender nada de lo ocurrido aquellos años.

En conclusión, es razonable sostener que existió una presión revolucionaria muy fuerte y violenta desde el comienzo de la República, por parte de distintos y poderosos partidos de masas y de las propias izquierdas republicanas. Esa presión no fue, por tanto, un pretexto urdido por las fuerzas conservadoras para justificar su propia subversión.


VI. LA TEORIA DE LA OLIGARQUIA


Trataré ahora la teoría del peligro fascista, según la cual los conservadores representaban los privilegios de una oligarquía, mientras que las izquierdas defendían al pueblo trabajador. Desde luego, la propaganda izquierdista sacralizaba al pueblo, o a la clase obrera, y varios de esos partidos se proclamaban representantes de ambos, aunque les votara sólo una fracción de los supuestos representados. Además, la literatura de esos partidos ha puesto enorme empeño en denunciar las injusticias y miserias que sufrían los trabajadores, y que ciertamente sufrían, como ocurría en casi todo el mundo con la crisis económica de la época.


VII. ANALISIS


Sin embargo, este tipo de denuncias en boca de los políticos no siempre es veraz, y se convierte en simple demagogia si no va acompañado de propuestas razonables para solucionar los males denunciados. Porque puede ocurrir, y ocurre muy a menudo, que los remedios propuestos sean peores que la enfermedad. Esta contradición y demagogia quedan inmejorablemente expresadas en unas frases de dos estudiosos, Villarroya y Solé, autores, junto con otros, de un libro, Víctimas de la guerra, elaborado con criterios de propaganda y no de historiografía. Los autores mencionados, al tratar los crímenes de la guerra, afirman en otra obra: «La represión ejercida por jornaleros y campesinos, por trabajadores y obreros y también por la aplicación de la ley entonces vigente, era para defender los avances sociales y políticos de uno de los países con más injusticia social de Europa. Los muchos errores que indudablemente se cometían, pretendían defender una nueva sociedad. Más libre y más justa. La represión de los sublevados y de sus seguidores era para defender una sociedad de privilegios.»

Desde luego, dichos autores tienen derecho a identificarse, si quieren, con la minoría de asesinos ultrapolitizados que aprovecharon el hundimiento de la ley para asesinar y robar a mansalva. Pero no tienen el más mínimo derecho a identificar con aquellos asesinos a los trabajadores y al pueblo en general. Y mucho menos a pregonar que con tales métodos defendían una sociedad libre y justa. No sólo porque resulta absolutamente miserable defender tal cosa, sino porque, en los países donde triunfaron ideas como las de los revolucionarios españoles de la época, no advino nada parecido a una sociedad libre y justa, sino un régimen policíaco en que el pueblo perdió todas sus libertades y derechos, y fue sometido férreamente al dictado de una casta burocrática. Esto, después de la caída del emblemático muro de Berlín, debería estar claro para todo el mundo, pero al parecer algunos siguen añorando tales paraísos, y opinan que el crimen es una buena vía para alcanzarlos. Siento expresarme con dureza, pero esas falacias se me hacen insoportables porque no dejan de confundir a algunos.

En un terreno menos dramático, hay que decir que la República empezó por elevar los salarios, sobre todo en el campo, pero también es cierto que, por desatender la productividad y crear inseguridad general, produjo un aumento del paro y una parálisis de la iniciativa privada. De hecho, la miseria aumentó, y esto lo revela bastante bien la cifra oficial de muertos por hambre, que subió rápidamente hasta 260 en 1933, cifra que volvía a las de principios de siglo. Precisamente en el llamado «bienio negro», los muertos por esa causa comenzaron a descender, indicio, junto con otros, de que las condiciones de vida de la población mejoraron, siquiera fuese ligeramente. También es verdad que la República llevó a la práctica la reforma agraria, de la que se venía hablando desde tiempo atrás, pero lo hizo con reconocida torpeza y demagogia, sin solucionar nada y fomentando unas tensiones extremas en el campo. Y así podría-mos seguir con muchas otras medidas. Las denuncias sobre la situación de los jornaleros y campesinos pobres son bien expresivas, y demostrativas de la baja calidad moral y empresarial de las clases pudientes; pero el remedio propuesto entonces, con seguridades de mejorar drásticamente y de la noche a la mañana las condiciones de vida, fue una mezcla explosiva de oportunismo e ignorancia.

Tampoco resulta admisible la idea de que los millones de personas de ideas conservadoras se identificaban con la dichosa oligarquía. La inmensa mayoría de ellas eran de condición modesta, incluyendo un número importante de obreros, aunque en el medio obrero se centraba con especial ahínco la propaganda revolucionaria, y lógicamente conseguía más prosélitos. Los conservadores, en general, no defendían los intereses de los grandes capitalistas, sino la religión, la propiedad privada, la familia y el Estado, precisamente las instituciones que querían abolir los revolucionarios. Para éstos, todas ellas constituían formas burguesas de dominación, que mantendrían al hombre alienado y explotado, sometido a mil males. Abolirlas permitiría formar al «hombre nuevo», desalienado y emancipado de las viejas taras. Los conservadores, en cambio, veían en el Estado un instrumento necesario y perfectible de ordenación colectiva, capaz de dar salida no violenta a los conflictos propios de cualquier sociedad humana, y no un simple aparato de dominación de una clase social; consideraban a la familia como el núcleo básico de la sociabilidad, transmisora de una moral que, bajo formas variables, encerraría una ley fundamental, y no como un medio de dominación sexual y transmisión de ideología; encontraban en la propiedad privada la base de la economía, y en su eliminación una vía segura hacia la barbarie y la misera; entendían la religión, no como una fantasmagoría nacida de la ignorancia y el miedo, «opio del pueblo» para enturbiar la conciencia de las masas con una moral servil, sino como expresión de una verdad esencial. Para ellos, la impotencia humana ante el mundo y el tiempo sería, no una situación históricamente superable por la ciencia, sino una manifestación de la propia condición humana, a la que la religión aportaría un sentido y un consuelo veraz, no ilusorio.


CONCLUSION


No vamos a decidir aquí quién tenía razón en estas apreciaciones, si los revolucionarios o los conservadores. Lo que sí cabe ya establecer con pocas dudas es que fueron los revolucionarios los que, en nombre de sus ideas, empujaron a la República hacia la guerra civil, mientras que los conservadores mantuvieron mayoritariamente una actitud moderada y proclive a la convivencia con las izquierdas, hasta que la amenaza que sentían por parte de éstas se les hizo cuestión de vida o muerte.

Hoy en día a casi toda la gente le horroriza la guerra civil, pero en aquel tiempo buena parte de la izquierda la consideraba algo necesario y útil y, al emprenderse las hostilidades, también muchos conservadores le cantaron alabanzas como una empresa purificadora e inevitable. También fuera de España, desde Estados Unidos a Rusia, ha tenido la guerra civil sus entusiastas.

Actualmente existe una tendencia a despreciar a las generaciones que hicieron la guerra, por fanáticas, sectarias u obcecadas. Es una necedad. Nosotros no podemos juzgarlas, desde el momento en que no tenemos que soportar las enormes tensiones psicológicas, ideológicas y económicas que ellos sufrieron. Además, la tranquilidad y el bienestar considerables que hoy disfrutamos son bienes que hemos recibido sin especial mérito nuestro. La mayor parte del mérito corresponde, precisamente, al esfuerzo y al sacrificio de los españoles de aquella época, con todos sus errores y sus pasiones, en un bando y en el otro, y lo mejor que podemos hacer es no echar a perder su legado. Si no queremos vernos sometidos a una situación parecida a la de ellos, nos conviene, entre otras cosas, tratar la Historia como Historia, buscando comprenderla y acercarnos lo más posible a la verdad, pero sin usar el pasado como arma arrojadiza o para envenenar la aceptable convivencia cívica que hoy tenemos. Debiera ser innecesario decirlo, pero por desgracia no lo es.

HAY MEMORIA...

HAY MEMORIA...

Independentistas catalanes agreden a Arcadi Espada cuando iba a participar en un acto sobre el Estatuto
Ante la pasividad y el silencio de que está haciendo gala el Gobierno catalán con las intimidaciones de los radicales a los no nacionalistas, esta vez llegó la agresión. El miembro de la plataforma Ciudadanos de Cataluña Arcadi Espada ha sido agredido este lunes a la entrada del auditorio Narcis de Carreras de Gerona, donde iba a pronunciar una conferencia sobre el Estatuto. Espada fue golpeado e insultado sin que los Mossos d'Esquadra hicieran acto de presencia hasta el final, como viene siendo habitual. Tras la conferencia, los agresores le esperaban en la calle con gritos de "Visca Terra Lliure".
(Libertad Digital) Arcadi Espada, uno de los fundadores de Ciudadanos de Cataluña, se disponía a dar una conferencia de rechazo al Estatuto catalán cuando fue agredido a las puertas de la delegación general de "La Caixa" a las 18.30 horas, en el auditorio Narcis de Carreras de Gerona, informó la plataforma en un comunicado.
Un grupo de entre veinte y treinta independentistas catalanes –que algunos testigos han identificado con los maulets- han increpado a Arcadi Espada con insultos de "fascista", le han zarandeado y le han golpeado en diferentes partes del cuerpo. Espada fue golpeado en la cabeza y una pierna. Un portavoz de la entidad explicó que "por suerte había más gente que ha evitado que --la agresión-- fuera a más".
A la salida, treinta personas estaban esperando a Arcadi y a los otros ponentes en la puerta principal, por lo que se fueron hacia la puerta de atrás. Los agresores fueron entonces corriendo hacia ellos gritando "cuatro ojos, que te metan un petardo por el culo, ojalá te mueras". Ante la virulencia de la agresión, Arcadi Espada tuvo que ser escoltado por los antidisturbios.
Según Ciudadanos de Cataluña, "a pesar de que la policía autonómica había sido advertida de que existía la posibilidad de incidentes, no ha hecho acto de presencia, lo que ha permitido, de nuevo, que estos individuos hayan actuado con total impunidad". Según informa la plataforma, otras personas que se encontraban entre el público también fueron agredidas y un hombre resultó herido leve.

Esta no es la primera vez que los miembros de Ciudadanos de Cataluña son agredidos ante la pasividad de los Mossos de Esquadra, sino que estos hechos se vienen sucediendo cada vez que la plataforma no nacionalista realiza un acto público. El 25 de mayo independentistas boicotearon un acto de Ciudadanos de Cataluña en la Universidad de Barcelona e intentaron agredir a sus miembros. En el mes de marzo, los radicales reventaron el acto de presentación del "Manifiesto por un nuevo partido político" de la plataforma. Los Mossos, lejos de impedir los incidentes, llegaron a un acuerdo con los violentos: no dar por acabado el sabotaje sin cantar Els Segadors.

El PP catalán condena el ataque y se solidariza con Ciudadanos
El secretario general del PP de Cataluña, Rafael Luna, condenó la agresión que sufrió Arcadi Espada. En declaraciones a Europa Press, Luna denunció "acciones tan poco democráticas" y se solidarizó con Ciutadans de Catalunya. Según él, "todos los ciudadanos, sean de la ideología que sean, si su comportamiento es democrático, merecen respeto". Por ello, pidió a la sociedad catalana que mantenga la convivencia entre todos.

TESTIMONIO MARTIRIAL

Con el título de “TESTIMONIO MARTIRIAL” la Hospitalaria Orden de San Juan de Dios publicó en 1980, un documentadísimo volumen de más de 700 páginas, debido a la pluma de Fray Octavio Marcos, que recoge puntualmente la historia de la persecución sufrida por la benemérita Institución entre 1936 y 1939. Una de las partes más estremecedoras es la relacionada con el martirio de los 15 religiosos del Sanatorio Marítimo de Calafell (Tarragona), muy conocido por haber sido llevado al cine la escena de los fusilamientos en la playa. Nosotros, sin embargo, vamos a reproducir unos fragmentos del capítulo dedicado a Paracuellos. Es un testimonio más de la ejemplar entereza y conformidad con la voluntad de Dios con que nuestros prisioneros de las cárceles rojas afrontaban el trance supremo de la muerte.

 “A este campo comenzaron a llegar expediciones el día 7 de noviembre. En las oficinas de la Asociación Oficial de Familiares de los Mártires de Madrid y su Provincia consta haber sido este Campo, desde el mes de septiembre, uno de los lugares donde consumaban los milicianos el fatídico “paseo”, y se fusilaban pequeños grupos de cinco, siete, doce. etc., extraídos de cárceles, checas, etc. Por eso, además de la masa de asesinados que reposan en las fosas, se han encontrado, y hay enterrados numerosos cadáveres esparcidos por todo el campo. Cerca de mil fueron sacrificados el 7 de noviembre en dos expediciones, una por la mañana, y otra por la tarde, en su inmensa mayoría militares. No se habían abierto todavía las fosas y los cuerpos quedaron insepultos hasta el día siguiente en que obligaron, pistola en mano, a abrir fosas a elementos señalados como derechistas en el pueblo. Los cadáveres, en impresionantes actitudes, llenaban gran espacio del campo, y arrastrados con caballerías, en informe confusión, fueron arrojados a aquellas fosas que están hoy día dentro del Campo Santo.

  En días sucesivos, casi ininterrumpidos, continuaron llegando expediciones de cuatrocientos, seiscientos, mil presos. Ya se había montado en las inmediaciones un destacamento fuerte de milicianos, con servicio de vigilancia y apoyo a las patrullas de fusileros que acompañaban las expediciones, con la misión de consumar los fusilamientos. También se habían constituido grupos de trabajadores, gentes de derechas condenados a estos trabajos forzados, con la misión de abrir zanjas y dar tierra a los fusilados. Por tanto, en las sucesivas expediciones las ejecuciones se verifican al borde de las zanjas ya abiertas y en los pinos. Estas son largas -hay una que mide más de ciento cincuenta metros de larga, cuatro de ancha y tres de profundidad-, y numerosas, al menos seis o siete. Alineados los grupos al borde de las mismas, eran ametrallados y caían amontonados con la plegaria en los labios, al grito de: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España!.

  El día 28 llegaron varias expediciones: una, a media mañana, en la que formaban cinco religiosos nuestros de la Comunidad de Ciempozuelos; y otra, la mayor de cuantas han llegado, compuesta de once grandes ómnibus de dos pisos, atestados de presos, a las once de la mañana. En Ésta forman parte diez religiosos nuestros, también de la Comunidad de Ciempozuelos. Testigos presénciales dicen que descendían de los ómnibus con las manos atadas atrás. Iba en esta  expedición el célebre comediógrafo D. Pedro Muñoz Seca, a quien en la portería de San Antón hemos visto formando pareja con nuestro M.R.P.Guillermo. También forman parte varios religiosos Agustinos de El Escorial.

  En esta misma expedición se destacó otro señor, que por sus palabras se deduce que era religioso, que dijo a los verdugos: “Nos matáis porque somos religiosos; os perdonamos de corazón...” En otro grupo de esta misma expedición iban padre e hijo; antes de ser fusilados pidió el padre despedirse de su hijo, y abrazados los dos, en una escena de terrible emoción, cayeron segados por las balas. Y así se repetían las escenas, en tanto el plomo implacable segaba las vidas, mezclados con los gritos victoriosos de “Viva Cristo Rey. Viva España...” El silencio que seguía a aquellos momentos y mientras todavía palpitaban los corazones que arrojaban su sangre por las bocas abiertas por la metralla era de una emoción que sobrecogía. En una rápida revista eran rematados por las pistolas de los jefecillos aquellas vidas todavía latentes; y, mientras los cuerpos yacían abatidos por el plomo de los sin Dios, las almas, en raudo vuelo, se elevaban victoriosas con las palmas del martirio.

  El día 30 se repetían parecidas escenas en nuevas expediciones en las que formaron parte siete religiosos nuestros, procedentes como los anteriores de la cárcel de San Antón. En la misma expedición fue la Comunidad casi íntegra de Padres Agustinos de El Escorial, con el P. Mariano Revilla, Asistente General, al frente de ella; varios Hermanos de las Escuelas Cristianas de Claudio Coello, y otros religiosos más.

  Nuestros Hermanos mártires, en número total de veintidós, yacen confundidos con otros tantos religiosos de diversas Órdenes y Congregaciones, Sacerdotes y buenos cristianos, en las fosas largas que, a modo de surcos, contienen tan preciosa semilla y traen a nuestra mente aquellas palabras de Cristo Señor Nuestro: “Si granum frumenti non moritur, ille solum manet; sed si moritur multum fructum affert” (Jn. 12-24). Sí, grano de semilla. Arrojado al surco, son los cuerpos de los mártires que han muerto por Cristo; y porque han muerto, reportarán para la iglesia de Dios abundante cosecha de frutos; cumpliéndose, también, aquellas elocuentes palabras del apologista cristiano Tertuliano: “Sanguis martyrum, semen christianorum est”, la sangre de los mártires es semilla de cristianos”.

Reproducido por la Hermandad de Ntra. Sra. de los Caídos de Paracuellos de Jarama, en su Hoja Informativa.

EN LA II REPÚBLICA NO HUBO LIBERTAD DE PRENSA.

La mentira más mendaz resuena en la boca o en la pluma de individuos que pretenden, sin más, contar la historia a su gusto. De ahí que se escriba, en libros y publicaciones periódicas de carácter nacional, que el Alzamiento del 18 de julio, valga el ejemplo, fue un atentado contra la legalidad de la República. Pero, ¿esta era legal el día en que millares y millares de españoles, encuadrados en un Ejército reducido, decidieron acabar con el caos imperante? La II República había ido perdiendo legitimidad desde mayo de 1931, al permitir el Gobierno la quema de conventos, iglesias y centros de enseñanza de religiosos. ¿Hay alguien que pueda negar la dejación de poder de los hombres que decían encarnar al Estado?

Los gobernantes republicanos pasaron desde la dejación de poder hasta una política agresiva en extremo. La Constitución advertía que, salvo decisión judicial debidamente justificada, nadie podía impedir la libertad de expresión en medios de comunicación. Pero de inmediato, el hombre más nefasto, resentido y frívolo del gobierno, logra la aprobación de la llamada Ley de Defensa de la República. Y, con ella en la mano, el Ministro de la Gobernación conculca abiertamente la Constitución. Bajo el pretexto de que este o aquel periódico afectaban a la seguridad de la República, el ministro aludido o el mismo presidente del Gobierno, Manuel Azaña, ahora tan admirado de repente por ciertos políticos clausuraron periódicos de la manera más arbitraria. El primero que fue cerrado, ABC, a partir de mayo de 1931, sufrió esta pena durante tres meses, produciéndose grandes perjuicios económicos a la empresa. «El Debate» estuvo menos tiempo cerrado, pero también experimentó sensibles pérdidas. Pretexto para tales medidas: su responsabilidad en los sucesos de mayo. La prensa de las izquierdas, fiel al gobierno, llegó a asegurar que los incendios de iglesias habían sido obra de las derechas. La mentira constituía el arma preferida de Azaña y las logias españolas que secundaban las consignas de las británicas y francesas.

La suspensión de publicaciones de carácter derechista o, simplemente, críticas con la política del gobierno, alcanzó al País Vasco y a Navarra. Azaña y sus colaboradores actuaban con una gran carencia de sentido liberal y democrático.

Con motivo de la asonada de agosto de 1932, a cargo de Sanjurjo, Azaña cierra, de un plumazo, más de cien periódicos. Les acusa de haber alentado la sublevación. Otra mentira. Ninguno de los periódicos suspendidos, entre ellos ABC, habían publicado nada que hiciese sospechar que incitaban a la rebeldía. Azaña, en tono jactancioso, mientras se dispone a reprimir masivamente la libertad de expresión, le dice al Director General de Seguridad: «Tráigame muchas gorras de plato agujereadas». Y encarcela, sin intervención judicial alguna, a un elevado número de monárquicos que ni habían conspirado ni sabían nada de lo que iba a suceder. Y, vengativo y rencoroso, expropia tierras y no precisamente solares baldios, sino fincas puestas en alta producción por sus propietarios. Se trata de perseguir a toda persona que no sea republicana lo cual entraña un gravísimo pecado, según el psicópata Azaña.

El destacado historiador Ricardo de la Cierva escribe, en el volumen El mito Azaña, de su serie de episodios históricos de España, que «la Ley confirma la expropiación sin indemnización de todas las fincas pertenecientes a la "extinguida Grandeza de Expaña", porque la República se había empeñado en que la alta nobleza estaba implicada, en bloque, en el pronunciamiento del 10 de agosto, lo cual era completamente falso y nunca se pudo demostrar».

Este era el Azaña, en compañía del pequeño miserable Casares Quiroga, que hablaba en el Congreso de libertad y democracia como supuestos símbolos de la II República. Enorme mentira. Como lo fue, también, en amañada y vergonzosa sesión parlamentaria, la destitución de Alcalá-Zamora. Se amordazaba a la opinión expresada en los diarios y revistas que consideraba enemigos suyos. Aquel cobarde -lo decían Miguel Maura, Indalecio Prieto o el mismo Salvador Madariaga- se encontraba en estado de delirante soberbia. El singular periodista y escritor Manuel Bueno, asesinado en la zona roja, advertía en ABC el 20 de octubre 1934: «El señor Azaña empezó a sentir ese mareo especial que se apoderaba del hombre al contacto del primer éxito, sea en amor, en política o en arte. Los espíritus fuertes se sobreponen facilmente a los efectos de ese fenómeno y recobran, con la lucidez crítica, la visión exacta de las cosas. Los soberbios se dejan vencer por él, se desolidarizan de todo lo que les rodea y se situan de un salto en la región de la infabilidad, que es el ambiente familiar de los dioses».

Que Azaña se siente infalible, no hay duda. Y, por ello, cierra periódicos, ordena ocupar tierras sin indemnización, envía a la cárcel sin garan-tías legales a quien le place y, como existe una justicia inmanente, desde las elecciones de febrero de 1936, se convierte en un muñeco del extremismo más radical y asesino. El gran censor de España, medroso y resentido, sólo tiene fuerza para redactar sus diarios. Es incapaz de detener el incendio de la Patria y el torrente de sangre que se vierte a raudales. La guerra la había traído él, no Franco, como ha escrito un sedicente historiador y plagiario hace escasos días.


José Antonio Cepeda

SANTIAGO CARRILLO

No cabe duda que don Santiago, a pesar de su mala memoria, es un experto en grandes y pequeñas fosas comunes, dada su larga experiencia de primerísima mano.
Tiene el señor Carrillo, en la actualidad, una acreditada fama de demócrata, amante de sus semejantes, héroe y no violento.
Repasemos su benéfica vida y veamos lo merecido de esa fama.

Don Santiago demócrata .

Ya, el 12-2-34, empezaba a preparar la clientela para esas fosas, así en Renovación, nº 130, revista de las Juventudes Socialistas (JJSS), su líder era Carrillo, publicaba el “Decálogo del joven socialista”, donde daba instrucciones militares y políticas a sus muchachos, de cara a un próximo alzamiento contra la República, toda vez que su partido, el PSOE, había perdido, por goleada, unas elecciones democráticamente convocadas, después de haber gobernado, casi tres años, de manera lamentable, consiguiendo para España los mayores índices de corrupción, paro y pobreza de todo el siglo XX.:

1. Los jóvenes socialistas deben acostumbrarse a las movilizaciones rápidas, formando militarmente de tres en fondo; 2. Cada nueve (tres filas de a tres) formaran una década añadiéndole un jefe, que marchará al lado izquierdo… 4. Es necesario manifestarse en todas partes… Manifestarse militarmente, para que todas nuestras acciones lleven por delante una atmósfera de miedo y respeto… 7. Ha de acostumbrarse a pensar que en los momentos revolucionarios la democracia interna en la organización es un estorbo. El jefe superior debe de ser ciegamente obedecido… 8. La única idea que hoy debe de tener gravada el joven socialista en su cerebro, es que el socialismo solamente puede imponerse por la violencia y que aquel compañero que propugne lo contrario, que tenga todavía sueños democráticos, sea alto, sea bajo, no pasa de ser un traidor, consciente o inconscientemente… 10. Y, sobre todo esto: armarse. Como sea, donde sea y por los procedimientos que sean. Armarse. Consigna: Ármate tú y al concluir arma si puedes al vecino, mientras haces todo lo posible por desarmar al enemigo. M. Parra Celaya, Juventudes de vida española, Madrid, 2001, p.188. .
Que el asunto marchaba magníficamente nos lo confirmaba el mismo Carrillo el 20-4-34: “Por primera vez habían actuado en diversas formas las milicias que estábamos empezando a organizar”. La víspera unos pistoleros de las JJSS ametrallaron a un grupo de cedistas haciéndoles un muerto y un herido grave. Memorias, p. 89. .
Nos contaba Salazar Alonso, ministro de Gobernación del Gobierno republicano: 6-6-34. Circular de las Juventudes Socialistas: “En numerosos pueblos (las milicias) ya funcionan con admirable acierto y disciplina… Hay que tener en cuenta que la acción combativa… ha de ser de ordinario el atentado personal. Por ello esta organización, más que otra cosa, ha de tener una base terrorista”. Bajo el signo de la revolución, Librería de Roberto San Martín, 1935. .
Insistía más tarde, animando a los muchachos, para que un hubiese dudas: “La supresión de todas las personas que por su situación económica o por sus antecedentes puedan ser una rémora para la revolución”... “Muchas sentencias habrá que firmar. Estamos seguros de que... los jóvenes socialistas, con entusiasmo, estarán dispuestos a darles cumplimiento”. Renovación, 10 de agosto y 14 de septiembre del 34. JA. Sánchez García-Sauco, La revolución de 1934 en Asturias. P. 46. .
Llegó el octubre del 34 y, a fe que las milicias cumplieron. En Asturias se lucieron. Siguió gobernando Lerroux, jefe del partido republicano más antiguo de España. Cuando él estaba aburrido de ser republicano, Azaña se presentaba (24-2-18) a diputado con el monárquico partido de don Melquíades Álvarez (asesinado, en el 36, en una cárcel de Madrid) . Las JJSS siguieron cumpliendo con su sagrado deber de matar fascistas, ya se sabe: todos los que no eran socialistas. .
Gana las elecciones del 36 el Frente Popular. Sigue la muchachada de Carrillo su labor con gran interés, pero ahora en la más total impunidad. .

Don Santiago hermana de la Caridad.

Llega el 18-7-36, la media España a la que estaban matando se aburre más que un pelo y se subleva contra la del Frente Popular. .
Se va preparando el ambiente, el 3-11-36. La Voz (diario de Madrid) anima al personal: “hay que fusilar en Madrid a más de 100.000 fascistas camuflados, unos en la retaguardia, otros en las cárceles. Que ni un “quinta columnista” quede vivo”. C. Fernández, Paracuellos del Jarama. ¿Carrillo culpable?, Argos y Vergara, 1.983, p. 43. Debray, Demain l´Espagne, Suil, París.
, 1974. En realidad el nombramiento salió publicado al día siguiente, aunque el 6 él ya ejercía. Las matanzas estaban minuciosamente preparadas, previamente se ordenaba a los alcaldes de los pueblos de Paracuellos del Jarama, San Fernando de Henares y Torrejón de Ardoz que abriesen tumbas, se obliga a cavarlas a los vecinos. A los presos se les dice que los evacuan a Valencia, les atan las manos con alambre, en autobuses de la Sociedad Madrileña de Tranvías se les lleva al lugar del asesinato, los días 7 y 8 de noviembre fusilan a 1.340. Entre el 9 de noviembre y el 3 de diciembre asesinan a 2.936. Hay listas de casi todos con nombre y apellidos, los presos eran sacados, por milicianos de Vigilancia de Retaguardia pertenecientes a la consejería de Carrillo, mediante vales al director de la prisión, firmados por Serrano Poncela, su segundo en el mando. .
La Causa General incorpora dos documentos al anexo de capitulo VII, que son órdenes firmadas por Serrano Poncela enviadas a los directores de las prisiones, días 26 y 27, ordena que sean puestos en libertad los 132 presos nominados en ellas. Todos serían asesinados en Paracuellos. Carrillo llevaba ya 20 días de jefe. .
I. Gibson nos dice: de la matanza fue culpable Carrillo. Él dice que el asunto lo “manejó” la policía soviética. Paracuellos: cómo fue, Barcelona, Plaza y Janés, 1.983, p. 207. .
Carrillo cuenta de las matanzas a Oneto, MA. Aguilar, y P. Páramo, dice que no tuvo nada que ver, aunque si se enteró de las mismas, “no tenías tiempo de emocionarte por eso… no comprender eso me parece que es hacer abstracción de lo que fue la guerra civil”. Cambio 16, nº 266, 16-1-77. .
El 11-11-36, el Consejero Caminero pregunta en la Junta sobre la evacuación de los presos de la Modelo: .
“Carrillo contesta detalladamente diciendo que tiene todas las medidas tomadas aunque no ha sido aun hecha la evacuación… Diéguez (comunista) dice que el 7 y el 8 han habido evacuaciones (fusilamientos) y propone que continúe haciéndose la evacuación (fusilamiento)… Carrillo insiste en sus anteriores razonamientos, argumentando con la actitud adoptada últimamente por el Cuerpo Diplomático”, había habido una protesta muy fuerte por los asesinatos, encabezada por el decano del CD el embajador chileno. Hay que destacar que Chile fue uno de los últimos países en reconocer a Franco. Libro de Actas de la Junta de Defensa de Madrid, Arostegui y Martínez, La Junta de Defensa de Madrid, Comunidad de Madrid, 1.984, p. 295 y ss. No se había evacuado ni se evacuó ningún preso, todos habían sido asesinados. .
Carrillo recababa para sí toda la autoridad para la evacuación, primero niega que se haya hecho, luego corregido por Diéguez reconoce que se ha suspendido por la protesta diplomática. .
Carrillo dice en Unión Radio: “la única resistencia que tiene la Junta de Defensa es la resistencia que ofrece el enemigo… que esta a nuestras puertas, porque la resistencia que pudiera ofrecerse desde el interior está garantizada que ya no se producirá”. ABC de Madrid, 13-11-36, p. 13. .
Nos contaba J. Galíndez, secretario del ministro de Largo Caballero Irujo (PNV): “En la noche del 6 unos 600 prisioneros de la cárcel Modelo cuyas conexiones fascistas eran notorias fueron ejecutados en un pueblo cercano a Alcalá de Henares. Dos noches más tarde fueron ejecutados 400 más… Durante los días siguientes hubo muchas ejecuciones en Madrid, en Paracuellos, San Fernando de Henares y Torrejón. Evidentemente el director de Orden Público, Manuel Muñoz, tenía conocimiento de los asesinatos… Para mí la limpieza de noviembre es el borrón más grave de la defensa de Madrid, por ser dirigida por las autoridades encargadas del orden público… borrón que afea la defensa de Madrid… Carrillo, que daba órdenes de libertad, que significaban contraseñas convenidas para sacar a determinados presos… y matarlos”. Los vascos en el Madrid sitiado, Ekin, Buenos Aires, 1945, p. 66, 68 y 78. .
Las ejecuciones de noviembre y diciembre en Madrid fueron dirigidas por Carrillo, Consejero de Orden Público. G. Cabanellas, La guerra de los mil días, Buenos Aires, 1973, Vol. II, p. 813. .
“No se trata de ejecuciones espontáneas, como las de las primeras semanas… sino… de todo un programa de eliminaciones políticas, exigido por Koltsov (periodista soviético, agente de Stalin en Madrid), y aceptado por el Gobierno”. La documentación de la Causa General es abrumadora como prueba de responsabilidad de Carrillo, del Director General de Seguridad Muñoz, y del Delegado de Orden Público, Serrano Poncela, ambos a las ordenes directas del primero y todos del PCE. Resulta particularmente trágica la firma de Serrano al pie de una orden dictada el 26-11-36: “Sírvase poner en libertad a los presos que se relacionan al dorso”. Figuraban 26 nombres. Fueron ejecutados inmediatamente. Casi todas las ordenes eran iguales. R. de la Cierva, La historia se confiesa, Barcelona, Planeta, 1976, T. III, p. 27. .
La Junta de Defensa publicaba una nota en la prensa: “Saliendo al paso de una infamia…Ni los presos son víctimas de malos tratos, ni menos deben temer por su vida. Todos serán juzgados dentro de la legalidad”. Causa General, Madrid 1944, cap. VII, p. 239. .
El 24-11-36, La policía encabezada por el Director de Seguridad Serrano Poncela (segundo de Carrillo) y el ruso Koltstov entra en la embajada de Finlandia y detiene a 525 refugiados, que luego serían asesinados. “Limpiar un poco Madrid; echar aunque no sean más a 30.000 fascistas; fusilar, aunque solo sea a un millar de bandidos”. M. Koltstov, Diario de la guerra de España, París, 1963, p. 114 y 261. .
El veterano comunista Castro Delgado, ministro por entonces, nos contaba. “Aquí no se pretende hacer justicia, sino implantar el terror; por eso, ¡no te importe equivocarte!... Vale más matar de más que de menos”. Hombres madre in Moscú, p. 391 y 429. .
“Los presos más peligrosos… la mayor parte de ellos fueron fusilados… Exterminar o ser exterminado se convirtió en la consigna de Madrid”. RG. Colodny, brigadista comunista. Asedio a Madrid, Ruedo Ibérico, París, 1970, p. 50. .
Nos contaba el mismo PCE en su libro colectivo Guerra y revolución en España, Progreso, Moscú, 1968, p. 187: “Carrillo… Cazorla… tomaron las medidas necesarias para mantener el orden en la retaguardia… en dos o tres días se asestó un serio golpe a los… quintacolumnistas”. .
Hay una protesta del Cuerpo Diplomático de Madrid. La lleva a cabo el delegado de la Cruz Roja Internacional Henry Henny, acompañado por el doctor Schlayler, encargado de Negocios de Noruega y el doctor Pérez Quesada, encargado de Negocios de Argentina. Se redactó el informe, el Delegado salió en un avión, puesto por la embajada francesa, para entregarlo en Ginebra, sobre Pastrana fue abatido por un caza. El piloto, que resultó herido, aseguró que el avión era republicano. Henny se llevó a Ginebra la bala que le extrajeron y resultó la de un caza republicano. C. Fernández, Paracuellos del Jarama. ¿Carrillo culpable?, Argos y Vergara, 1.983, p. 65. .
8-12-36. Se nombra Inspector de Prisiones a Melchor Rodríguez. “A partir de esa época, la energía con que el nuevo delegado de prisiones -un anarquista que, en pugna con las demás autoridades rojas, y sobre todo del PCE, actuó desde el primer momento, por su personal y exclusiva iniciativa- acabó con las matanzas de presos”. Causa General, Madrid 1944, cap. VII, p.239. .
Melchor Rodríguez, Director General de Prisiones, consigue quitarle las cárceles a Carrillo tras dura lucha, publica en la prensa de Madrid, el 20-4-37, una denuncia afirmando que Cazorla “sacaba de las cárceles del Gobierno a los presos absueltos por los tribunales populares para… conducirlos a cárceles clandestinas…está dispuesto a demostrar documentalmente la… política seguida desde la Consejería de Orden Público… por Carrillo y Serrano… por Cazorla… que… estaban deshonrando… al Gobierno de la República. Melchor Rodríguez, con grave riesgo de su vida, acabó con las grandes sacas de las cárceles, teniéndose que contentar, a partir de entonces, el PCE con asesinatos más modestos en sus checas, o hacerlos fuera de Madrid. .
Carta de G. Dimitrov (Secretario General de la Comintern, encargado por Stalin de controlar la guerra en España) a Voroshilov (Comisario del Pueblo para el Ejército y la Marina, ministro de Guerra de Stalin), 30-7-37. .
Hablan de Irujo (ministro de Justicia en Valencia): “Quería detener a Carrillo, secretario general de la Juventud Socialista Unificada, porque cuando los fascistas se estaban aproximando a Madrid dio orden de fusilar a varios funcionarios fascistas detenidos… está organizando una investigación sobre comunistas… que trataron con brutalidad a los fascistas prisioneros”. Irujo salió del Gobierno, como era de esperar. España traicionada, Planeta, 2002, Barcelona. Libro basado en la apertura, en los años 1990 y 1991, de los archivos soviéticos. R. Radosh, profesor emérito de la City University de Nueva York; M:R: Habeck, Coordinadora del Russian Military Archive, Universidad de Yale; G. Sevostianov, de la Academia de Ciencias de Rusia, investigador del Instituto de Historia Universal de Moscú. .

Don Santiago héroe.

Cuenta Carrillo a Oriana Fallaci: Yo la guerra la he hecho de verdad, durante tres años, disparando y matando. El Europeo, octubre, 1975. .
Seguía. El 18 de julio salí de París para combatir en San Sebastián. Los nacionalistas vascos nos quisieron fusilar, estábamos contra el paredón y me salvo un camarada. Formé parte de una columna que iba a tomar Aguilar de Campoo, armado con una escopeta de caza. Pasamos a Madrid a través de Francia, fui capitán de una compañía, comisario de un batallón, derrotamos a los marroquíes, que eran gigantescos y les hicimos muchos prisioneros, el 6 de noviembre pasé a ser miembro de la Junta de Defensa. R. Debray, Demain l´Espagne, Seuil, París, 1975, p. 61 y 62. .
Lister nos lo cuenta de otra manera: “De todo lo contado lo único cierto es que estaba en París el 18 de julio, todo lo demás se lo inventa. Estuvo más de un mes en Francia viendo como iban las cosas y únicamente cuando vio que iban bien regresó a París. ¿Por qué de sus andanzas solo da un nombre, de una persona muerta ya (se refiere a Modesto)? ¿Por qué no da el nombre del batallón ni de la compañía? ¿Por qué no cita el lugar y la fecha de la batalla contra los gigantes marroquíes? Si se repasan periódicos de la época se encuentran fotos y reseñas de la actividad militar de todos los dirigentes de las JSU (Juventud Socialista Unificada), ninguna de Carrillo (líder de la JSU). La explicación es sencilla; después del mes de heroica reflexión en París, esperó discretamente en Madrid ser nombrado jefe de la policía, cargo para el que se requerían condiciones muy diferentes a las necesarias para batirse en el frente. E. Lister, ¡Basta!, G. del Toro, Madrid, 1976, p. 173 y 174. .
Posteriormente en un libro de Bardavio, ya muerto Modesto, cuenta Carrillo que peleó, con el grado de capitán, en Navalperal de Pinares. En aquella batalla intervinieron unos 7.000 nacionales, de los cuales solo 500 eran moros. Fue un triunfo total de los franquistas, que, el 9 de octubre, toman del pueblo, cogiendo un gran botín y numerosos prisioneros. JM. Martínez Bande, La marcha sobre Madrid, San Martín, Madrid, 1968, p. 217. .
Hasta primeros del 37 está en Madrid, pasa a Valencia, donde está hasta enero del 38. Lister sigue contando: Prieto publicó un decreto ordenando que, todos los que estuviesen en edad militar, tenían que incorporarse al frente, quería con ello darle un golpe a tanto emboscado hijo de gente bien, entre ellos, padres de la Patria en las Cortes y dirigentes de las JSU, a los que estábamos en el frente la medida nos alegró. Todos los jefes de las JSU, entre ellos Carrillo, se escaquearon. E. Lister, ¡Basta!, p. 175. Nos sigue contando Carrillo: “Durante el periodo en que yo estaba en el V Cuerpo de Ejército, con el general Modesto”. R. Debray, Demain l´Espagne, Seuil, París, 1975, p. 84. .
Lister pregunta: “¿Dónde? ¿En que fechas? ¿Con qué grado?”. E. Lister, ¡Basta!, p. 174. Coincide Lister, en todo, con R. Salas Larrazábal. Éste nos explica que también se escaqueó el amante de la Pasionaria, camarada Antón. Historia del Ejército Popular de la República, Madrid, E. Nacional, 1973, p. 1.617 y 1618. .
Carrillo, en La Felguera (16-1-04), les aseguraba que ésta era hija de minero y esposa fiel de minero. El minero, en el mientras tanto, estaba peleando en el frente de Guadarrama voluntario, donde moriría.
Modesto, que era muy meticuloso, nombra a todos los comisarios suyos y de unidades subordinadas, a Carrillo no lo cita nunca. Solo en una reunión del Comité Central del PCE (enero 39) y una vez que estuvo de visita en el frente: “Carrillo estuvo con aquella unidad (47 División) esos días y los siguientes” (primeros de enero del 37). Modesto se manifiesta orgulloso de tenerle entre ellos. J. Modesto, Soy del Quinto Regimiento, Globe, París, 1969, p. 203, 234 a 315 y 370. .
Carrillo huye a Francia el 8-2-39, la guerra acabaría gozosamente dos meses más tarde. Lister cuenta de su regreso a la lucha: “En el avión que salí de Toulouse… para la zona centro-sur la noche del 13 de febrero… íbamos trece viajeros a pesar de tener el avión 33 plazas… esos miembros del Buró Político y de la comisión ejecutiva de las JSU (Carrillo)… daban la guerra por terminada”. E. Lister, ¡Basta!, p. 169 y 170.
Carrillo lo cuenta de otra manera en el folleto “¿A dónde va el Partido Socialista?” (1959). Escribe: “Vino marzo de 1939 y el golpe de Casado en Madrid… yo no pude participar personalmente en esa lucha… siéndome materialmente imposible regresar a la zona centro-sur”.
Lister concluye: “Carrillo da… diferentes versiones… al hecho de no ir a la zona centro-sur… todo ello para ocultar la verdadera razón, su cobardía. Carrillo pasó a Francia el 8 de febrero… Casado dio el golpe el 5 de marzo. Tuvo casi un mes para decidirse a volver, pero al final prefirió París a Madrid”. E. Lister, ¡Basta!, p. 171 .
Tagüeña, refiriéndose a Carrillo, escribe: “Siempre lo había considerado dispuesto a subordinar todo a sus ambiciones políticas”. M. Tagüeña, Testimonio de dos guerras, México, 1973, p. 359. Tagüeña había sido, antes de la guerra, líder, con Carrillo, de las JJSS, después se hizo también comunista, llegando a mandar un Cuerpo de Ejército en el Ebro. .

Don Santiago pacífico.

Del pacifismo actual de Carrillo sabemos también algo Nos contaba: “Yo no condeno la violencia. No estoy contra la violencia. La acepto cuando es necesaria. Y si la revolución va a tener necesidad en España de la violencia, como ha tenido necesidad en otros países (más que en ninguno en todos los países comunistas que en el mundo han sido), estaré pronto para ejercitarla… La condena de muerte a Franco, la firmaría, sí… Estoy entre los españoles que piensan que ver morir a Franco en la cama es una injusticia histórica… Yo nunca he esperado que Franco muriese y he hecho lo posible para cazarle antes de que se muera… ¡Pienso todavía cogerle antes de que se muera!” Declaraciones de Carrillo a Oriana Fallaci, semanario “L´Europeo”, 10-10-75.
Bardem, hablando de Ricardo Muñoz Suay, escribe que Carrillo le dijo estando solos, cara a cara, de hombre a hombre: “Ese se hubiera merecido aparecer una mañana en la cuneta”. Poético recuerdo de los famosos “paseos” de nuestra guerra civil. Es muy posible que Carrillo haya dicho eso, dijo, y sobre todo, hizo cosas peores, es un maestro de muertos en la cuneta, pero resulta que fui, hasta su muerte, buen amigo de Ricardo y él me enseñó en su casa de Barcelona, una carta manuscrita de Carrillo en la que éste le decía que un hombre como él, que había pasado tantos años en el “partido” y sacrificado tanto, no podía abandonarlo definitivamente por motivos tan nimios, y que el “partido” le necesitaba. C. Semprún Maura (comunista estalinista, luego arrepentido), Libertad Digital, 1-1-03.

Francisco Alamán Castro